Sin embargo, empleando el mismo símil, cuando la luz proyectada sobre la pared, o sea el racional Ego humano, llega al punto de agotamiento espiritual, desaparece el Antahkarana, ya no se transmite más luz, y la lámpara no emite rayos. Desaparece la luz, que se ha ido absorbiendo gradualmente, y sobreviene el “eclipse del alma”; el ser vive en la tierra y pasa después al Kâma Loka como un mero conglomerado de cualidades materiales; y no puede entrar en el Devachan, sino que renace inmediatamente como hombre animalizado, y como una maldición.
Digamos algo ahora sobre la doctrina de la “segunda muerte”, para explicar lo que le sucede al alma Kâmica humana de los hombres abyectos y malvados o de las gentes desalmadas. Este misterio será ahora explicado. En el caso de un hombre que jamás tuvo un pensamiento que no se refiriese a su yo animal, no teniendo nada que transmitir al Ego superior, o agregar a la suma de experiencias cosechadas en pretéritas encarnaciones cuyo recuerdo ha de conservarse eternamente, el alma personal se separa del Ego por no poder injertar nada en el inmarcesible tronco cuya sabia fluyó a través de millones de personalidades semejantes a las hojas de sus ramas, que se marchitan y caen una vez cumplido su oficio. Estas personalidades brotan, florecen y mueren; unas sin dejar vestigio, y otras después de entre fundir su propia vida con la del tronco patrio. Las personalidades o almas humanas que no dejan huella de su existencia, son las que están condenadas a la aniquilación, al Avîtchi (estado muy mal comprendido y peor descrito por algunos autores teósofos), que no solamente está en la Tierra, sino que es la misma Tierra. En este caso, el Antahkarana fenece antes de que el yo inferior haya tenido una oportunidad de identificarse con el superior; y por lo tanto, el “alma” Kâmica se convierte en entidad separada, para vivir de allí en adelante, por un período más o menos largo, de conformidad con su karma, como criatura “sin alma”. Pero antes de entrar en el fondo del asunto, conviene explicar con mayor claridad el significado y funciones del Antahkarana, que, según ya dijimos, puede considerarse como un angosto puente, tendido entre el Manas superior y el Manas inferior, que: A la muerte desaparece como puente o lazo de relación, y sus restos sobreviven como Kâma Rûpa.
Este Kâma Rûpa es el cascarón o concha astral que los espiritistas ven surgir a veces en sus sesiones como “formas” materializadas que inconsideradamente toman por “espíritus de los muertos”. Tan lejos está de ser así que, aunque en los sueños no desaparece el Antahkarana, la personalidad se halla tan sólo medio despierta; y por tanto, se dice que durante el sueño normal está Antahkarana beodo o loco. Si tal sucede en la muerte cotidiana, o sueño físico, puede juzgarse de lo que será la conciencia del Antahkarana cuando después del llamado “sueño eterno” se convierte en Kâma Rûpa. Pero volvamos al asunto. A fin de no perturbar la mente de los estudiantes occidentales con las abstrusas dificultades de la metafísica inda, consideremos el Manas inferior, o mente, como Ego personal durante la vigilia; y como Antahkarana tan sólo en los momentos de aspiración hacia el Ego superior, en que se convierte en el medio de comunicación entre ambos. Por esta razón se le llama también “el Sendero”. De la propia suerte que los órganos físicos se debilitan y al fin se atrofian por falta de ejercicio, así también sucede con las facultades mentales; y de aquí la atrofia de la función mental inferior, llamada Antahkarana, en las naturalezas completamente materialistas y en las empedernidamente malvadas. Sin embargo, la filosofía esotérica da las enseñanzas siguientes: En vista de que la facultad y función del Antahkarana es un medio tan necesario como el oído para oír y el ojo para ver, resulta que no debemos destruir el Antahkarana mientras no hayamos destruido por completo el sentimiento de Ahamkâra o de egoísmo personal, y llegar a ser uno con Buddhi–Manas, pues fuera como destruir un puente tendido sobre una cortadura infranqueable. El viajero no podría pasar a la margen opuesta. Aquí está la diferencia entre la enseñanza exotérica (1) y la esotérica (2). La primera, según el Vedanta, dice que en tanto la mente inferior trepe por Antahkarana hacia el Espíritu (Buddhi–Manas) le será imposible adquirir la verdadera sabiduría espiritual (Jnyâna), que sólo puede alcanzarse mediante una relación con el alma universal (Âtmâ); y que únicamente se alcanza el Râja Yoga, haciendo caso omiso de la Mente Superior. Nosotros decimos que no es así. No es posible saltar ni un solo tramo de la escala que conduce al conocimiento. Ninguna personalidad puede ponerse en comunicación con Âtma, sino por medio de Buddhi–Manas. El intento de ser Jîvanmukta o Mahâtma, antes de ser un Adepto y aun un Narjol, es como el intento de ir desde la India a Ceilán sin cruzar el mar. Por lo tanto, se nos dice que si destruimos el Antahkarana antes de que lo personal esté completamente sojuzgado por el Ego impersonal, nos exponemos a perder el Ego por separación eterna de él, a menos que nos apresuremos a restablecer la comunicación, por medio de un supremo y definitivo esfuerzo.
Únicamente hemos de destruir el Antahkarana, luego que estemos indisolublemente unidos a la esencia de la Mente divina. Como aislado combatiente que perseguido por un ejército se refugia en un castillo y a fin de burlar al enemigo destruye primero el puente levadizo y después se defiende contra los perseguidores, así debe proceder el Srotâpatti antes de destruir el antahkarana. 0 como dice un axioma oculto: La Unidad se convierte en Tres, y los Tres engendran Cuatro. Por los Cuatro [el Cuaternario] volvemos a los Tres, y por los divinos Tres nos dilatamos en lo Absoluto. La mónada que se convierte en dualidades en el plano de diferenciación, y en tríadas durante el ciclo de las encarnaciones, ni aun encarnada está limitada por el espacio ni detenida por el tiempo, pero se difunde por los inferiores principios del cuaternario, y es omnipresente y omnisciente por naturaleza. Mas esta omnisciencia es innata; y sólo puede manifestar su luz refleja, por medio de lo que al menos sea semiterrestre o semimaterial; como el cerebro físico que es a su vez el vehículo del Manas inferior, entronizado en Kâma Rûpa. Éste es el que se va aniquilando gradualmente en los casos de “segunda muerte”. Pero esta aniquilación no significa la simple discontinuidad de la vida humana sobre la tierra sino que expulsados para siempre de la conciencia de la individualidad, el Ego reencarnante, los átomos y vibraciones físicas de la entonces ya separada personalidad, se encarnan inmediatamente en la misma Tierra en una criatura todavía más abyecta, que sólo tiene de humano la forma, y queda condenado a tormentos kármicos durante su nueva vida; con más que, si persiste en su criminal o disoluta conducta, habrá de sufrir una larga serie de reencarnaciones inmediatas. Ahora se nos presentan las cuestiones que entrañan estas dos preguntas: 1ª¿Qué es del Ego Superior en tal caso? 2ª¿Qué clase de animal es una criatura humana sin alma? El Christos, o Buddi–Manas de cada hombre, no es un Dios completamente inocente y sin mancha, aunque en cierto sentido sea el “Padre”, esencialmente idéntico al Espíritu universal, y al mismo tiempo el “Hijo”, puesto que Manas es el segundo trasunto del “Padre”. El divino Hijo echa sobre sí, al reencarnarse, los pecados de todas las personalidades que ha de animar; y esto sólo puede hacerlo por medio de su mandatario o reflejo, el Manas inferior. El único caso en que el Ego Divino puede sustraerse a la individual penalidad y responsabilidad como Principio guiador, es cuando se separa de la personalidad, porque entonces, la materia, con sus físicas y astrales vibraciones, por la misma intensidad de sus combinaciones, se emancipa del dominio del Ego. El dragón Apofis vence; y el Manas reencarnante se separa poco a poco de su tabernáculo, hasta desprenderse por completo del alma psíquico–animal. Así, en respuesta a la primera pregunta, diremos: 1º El Ego Divino recomienza inmediatamente, a impulsos de su karma, una nueva serie de encarnaciones, o bien se refugia en el seno de su madre, el Âlaya o Alma Universal, cuyo manvantarico aspecto es Mahat. Libre de las impresiones de la personalidad, se sumerge en una especie de intervalo nirvânico, en donde sólo puede haber el eterno presente, que absorbe lo pasado y lo futuro. Por ausencia del “labrador” se pierden campo y cosecha; y el dueño, en la infinidad de su pensamiento, no conserva recuerdo de la finita, fugaz e ilusoria personalidad, que entonces se aniquila. 2º El porvenir del Manas inferior es más terrible y todavía mucho más terrible para la humanidad que para el ahora hombre–animal. Suele suceder que después de la separación, el alma, entonces sumamente animal, se extingue en Kâma Loka como las demás almas animales; pero dado que lo más material es la mente humana y lo que más dura, aun en el período intermedio, ocurre frecuentemente que después de terminada la vida del hombre sin alma, vuelve a reencarnar en personalidades cada vez más abyectas. El impulso de la vida animal es demasiado intenso y no puede agotarse tan sólo en una o dos existencias. Sin embargo, en raros casos, cuando el Manas inferior está destinado a aniquilarse por consunción; cuando no hay esperanza de que ni la más leve luz, a favor de ciertas condiciones, atraiga a sí a su Ego patrio, y el karma conduzca al Ego Superior a nuevas encarnaciones, entonces puede suceder algo más espantoso. El despojo Kâma–Manásico puede convertirse en lo que los ocultistas llaman “el Morador del Umbral”. Este no es el morador tan gráficamente descrito en Zanoni, sino una verdad de la Naturaleza, y no una ficción o leyenda, por bella que pueda ser. Sin embargo, Bulwer debió de tomar la idea de algún iniciado oriental. Este Morador, conducido por la afinidad y la atracción, se abre paso en la corriente astral, a través de la envoltura áurica del nuevo tabernáculo habitado por el Ego patrio, y declara la guerra a la luz inferior que lo ha sustituido. Sin embargo, esto sólo puede ocurrir en el caso de que la personalidad así obsesa sea en demasía débil; pues ningún hombre virtuoso y de conducta recta puede tener semejante riesgo, sino únicamente los de corazón depravado. Roberto Luis Stevenson vislumbró algo de esto al escribir su obra titulada: El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que es una verdadera alegoría. Todo discípulo echará de ver en esta obra un fondo de verdad, y en Mr. Hyde un Morador, un obsesor de la personalidad, el tabernáculo del espíritu patrio.
El alma, la mente inferior, se convierte por costumbres viciosas en un principio semianimal, casi paralítico, y prosigue gradualmente inconsciente de su mitad subjetiva, el Señor, uno de la poderosa hueste; [y] en proporción al rápido desarrollo del cerebro y los nervios, el alma personal pierde en definitiva, más o menos tarde, la vista de su divina misión en la tierra. Verdaderamente: El cerebro se alimenta y vive y crece, como el vampiro, a expensas de su padre espiritual...y el alma personal medio inconsciente se hace insensata, sin esperanza de redención, sin facultad de escuchar la voz de su Dios. Anhela únicamente comprender con mayor amplitud la vida natural y terrena; y así sólo puede descubrir los misterios de la naturaleza física...Comienza por morir virtualmente durante la vida del cuerpo; y concluye por morir completamente, esto es, por quedar aniquilada como alma enteramente inmortal. Semejante catástrofe puede ocurrir muchos años antes de la muerte física. “Nos codeamos con gentes desalmadas en todas las circunstancias de la vida”. Y cuando llega la muerte...ya no hay allí un Alma (el Ego Espiritual reencarnante) para liberar...pues ésta se apartó años antes. En resumen: Desposeída de sus Principios reguladores, y vigorizada por los elementos de Kâma–Manas, la personalidad deja de ser una “luz derivada” y se convierte en Entidad independiente, para hundirse más y más en el plano animal; hasta que, llegada la última hora de su cuerpo, sucede una de estas dos cosas: o renace inmediatamente Kâma–Manas en Myalba; o, si su maldad es extrema, a veces queda para fines kármicos en su activo estado de Avîtchi, en el aura terrestre. Entonces la desesperación sume a la personalidad desalmada en la ilimitada maldad del mítico “diablo”; y persiste en sus elementos, impregnados con la esencia de la materia, porque el mal es propio de la Materia separada del Espíritu. Y cuando su Ego superior reencarna nuevamente, revestido de otro reflejo, o Kâma–Manas, el condenado Ego inferior, semejante a un monstruo de Frankenstein, se sentirá atraído hacia el padre que lo repudiara, y se convertirá en un ordinario “Morador en el Umbral” de la vida terrena. Ya insinuamos tiempo atrás algo de la doctrina oculta, pero sin entrar en pormenores; y en consecuencia, tuvimos cierta perplejidad al explicarlos. Sin embargo, escribimos bastante explícitamente acerca de los “inútiles zánganos” que se niegan a ser colaboradores de la Naturaleza y perecen a millones durante el manvantarico ciclo de vida; aquellos que, como los del caso de que se trata, prefieren estar sufriendo continuamente en el Avîtchi bajo el imperio de la ley kármica, a desasirse “del mal”, y por último, los que colaboran destructoramente en la obra de la Naturaleza. Estos son hombres en extremo malvados y abyectos; pero no obstante, tan elevada e intelectualmente espirituales para todo lo que significa el mal, como los que son espirituales para el bien. Así tenemos en la Tierra dos clases de seres desalmados. Los que han perdido su Ego Superior en la actual encarnación, y los que ya nacieron sin alma, por haberse separado de su Ego Superior en la vida precedente. Los primeros son candidatos al Avîtchi; los otros son “Mr. Hydes”, obsesores en cuerpo humano o fuera de él, es decir, ora encarnados, ora invisibles, pero poderosos fantasmas. Tales hombres llegan a indecible grado de astucia; y sólo quienes estén familiarizados con la secreta enseñanza en este punto, sospecharían que sean seres sin alma, pues ni la religión ni la ciencia presumen siquiera estos hechos naturales. Sin embargo, la personalidad que a causa de vicios haya perdido su Ego Superior, tiene aún esperanza de recuperarlo mientras viva en cuerpo físico; y puede redimirse por la conversión de su naturaleza material. Porque un intenso dolor de contrición, un arrepentimiento sincero o una sola ardiente súplica al Ego separado, y más que nada, el firme propósito de la enmienda, bastan para que de nuevo pueda volver el Ego Superior. Aun no está roto por completo el lazo de unión; y si bien el Ego no es ya fácil de alcanzar, porque la “destrucción de Antahkarana” la personalidad tiene ya un pie en Myalba**, todavía no se ha apartado enteramente de la esfera de una vigorosa invocación espiritual. En Isis sin Velo hicimos otra afirmación sobre este asunto. Dícese que tan terrible muerte se puede evitar algunas veces por el conocimiento del nombre misterioso, de la “palabra”. Todos sabéis que esta “palabra” no es una palabra, sino un sonido, cuya potencia está en el ritmo o acento. Esto significa sencillamente que los mismos malos pueden redimirse y detenerse en el sendero de la perdición, por virtud del estudio de la ciencia sagrada; pero si no están en unión con su Ego Superior, de nada les servirá la “Palabra” aunque cotidianamente la repitan diez mil veces como un papagayo; sino que, al contrario, producirá efectos inversos, porque los “Hermanos de la Sombra” la emplean muy a menudo para siniestros fines, en cuyo caso despierta y agita exclusivamente los nocivos elementos materiales de la Naturaleza. Mucho se espera de aquellos a quienes mucho se les dio. A quien llame a la puerta del Santuario con pleno conocimiento de su santidad y después de admitido retroceda desde el umbral, o se vuelva en redondo, diciendo: “¡Esto no vale nada!”, y con ello desperdicie la coyuntura de aprender la verdad entera, no le queda otro recurso que aguardar los efectos de su karma. Tales son, pues, las explicaciones esotéricas de lo que tan perplejos dejó a quienes creyeron ver contradicciones en varios escritos teosóficos. Pero antes de dar por terminado el asunto, debemos añadir un consejo de precaución, que se ha de retener cuidadosamente en la memoria. A los esoteristas les parecerá muy natural que ninguno de ellos pueda pertenecer al orden de gentes desalmadas, y que, por lo tanto, no han de temer al Avîtchi, como el buen ciudadano no teme al código penal. Aunque tal vez no estéis todavía en el Sendero, estáis sin duda bordeándolo, y muchos de vosotros ciertamente en derechura. Entre las leves faltas inevitables en el ambiente social, y la espantosa maldad descrita en la nota del editor de la obra Satán, de Eliphas Levi, media un abismo. Si no nos hemos “inmortalizado en el bien por identificación con(nuestro) Dios” o Aum (Âtmâ–Buddhi–Manas), seguramente no nos hemos hecho “inmortales en el mal”, tampoco, por identificación con Satán (el yo inferior). Sin embargo, olvidáis que todo tiene un principio; que el primer resbalón en la escotadura de una montaña es el necesario antecedente para despeñarse y caer en brazos de la muerte. Lejos de mí la sospecha de que algún estudiante esotérico haya llegado a un bajo punto del plano de descenso espiritual. Sin embargo, a todos a consejo que eviten dar el primer paso. Tal vez no lleguéis al fondo del abismo en esta vida ni en la próxima, pero pudierais engendrar las causas de vuestra segura ruina espiritual en la tercera, cuarta, quinta o más, de las subsiguientes existencias. En la gran epopeya inda se lee que una madre, cuyos hijos todos habían muerto en la guerra, se quejaba a Krishna diciendo que a pesar de tener la suficiente visión espiritual para escudriñar hasta cincuenta de sus anteriores encarnaciones, no veía en sus atrasadas culpas fuerza bastante para engendrar tan terrible karma, a lo que respondió Kríshna: “Si tú pudieras retrover tu quincuagésima primera vida, como yo la veo, te verías matando con retozona crueldad el mismo número de hormigas que el de hijos que ahora has perdido”. Naturalmente, esto es una figura poética; pero representa, con extraordinario vigor, la imagen de cómo causas en apariencia fútiles, producen enormes resultados. El bien y el mal son relativos; y se agravan o aminoran de conformidad con el medioambiente. El hombre que pertenece a la llamada “masa anónima de la humanidad”, al vulgo ignorantón, es irresponsable en muchos casos. Los crímenes cometidos por ignorancia (Avidyâ) entrañan responsabilidad (Karma) física, pero no moral. Ejemplos de ello tenemos en los idiotas, niños, salvajes y gentes rudas que no saben otra cosa. Otro caso muy distinto es el de quien ha contraído un compromiso con su yo superior. No se puede invocar impunemente a este Divino Testigo; y una vez que nos colocamos bajo su tutela, pedimos a la radiante Luz que ilumine los tenebrosos rincones de nuestro ser. Con ello impetramos conscientemente de la divina justicia del karma, que tome en cuenta nuestros propósitos, que escudriñe nuestras acciones y lo anote todo en nuestro historial. El paso que entonces damos, es tan irregresible como el del niño que nace. Nunca jamás podemos restituirnos al estado de Avidyâ e irresponsabilidad. Aunque huyamos a las más apartadas regiones de la Tierra, y nos ocultemos a la vista de las gentes, o busquemos olvido entre el tumulto de los agitados remolinos mundanos, allí nos encontrará esa Luz para delatar nuestros pensamientos, palabras y obras. Todo cuanto H.P.B. puede hacer es enviaros a todos cuantos esto leáis, su más sincera y fraternal simpatía envuelta en el deseo de que lleguen a bien vuestros esfuerzos. No desmayéis empero, sino, por el contrario, perseverad en el intento; pues nada importan veinte caídas, si les siguen denodados empeños en escalar las alturas. ¿No se llega así a la cumbre de las montañas? Y tener también presente que si karma anota inflexiblemente en la cuenta de un esoterista, culpas que deja pasar por alto en la de un ignorante, también es cierto que cada buena acción del esoterista es centuplicada mente más intensa, y poderosa para el bien, por razón de su asociación con el yo Superior. Por último, no olvidéis que aunque no veáis al Maestro en vuestra alcoba, ni oigáis niel más leve rumor en el tranquilo silencio de la noche, allí está la Santa Potestad, la Santa Luz que resplandece en la hora de vuestras espirituales necesidades y aspiraciones; y no será culpa de los maestros, ni de su humilde sierva y pregonera, si alguno de vosotros, por perversidad o flaqueza moral, se aparta de las potencias superiores y se deja arrastrar por la pendiente que conduce al Avîtchi.*
H.P. Blavatsky
Doctrina Secreta