Por fruto se conoce el árbol y por sus palabras y obras la naturaleza de los adeptos
Este “misterio” (pues verdaderamente lo es para quienes, por no estar iniciados, desconocen la clave de la perfecta semejanza entre las vidas de Pitágoras, Buddha, Apolonio, etc.), resulta natural para quienes saben que todos aquellos grandes hombres eran iniciados de la misma Escuela. Para ellos no hay “disfraz” ni “plagio” en las diversas biografías, porque todas son “originales” y tienden a representar un solo y mismo objeto: la vida mística y al par pública de los iniciados, enviados al mundo para salvar a parte de la humanidad si no les era dable salvarla a toda. De aquí que todos tuvieran el mismo programa. El “inmaculado origen” que a todos ellos se atribuye, se refiere a su “místico nacimiento” durante el misterio de la iniciación; y las multitudes, extraviadas por el mejor informado, pero ambicioso clero, lo tomaron en sentido literal. Así es que la madre de cada uno de ellos fue declarada virgen, y siendo virgen concibió a su hijo por obra del Espíritu Santo, por lo que los hijos fueron llamados “Hijos de Dios”, aunque en verdad ninguno de ellos tenía mejor derecho a este título que sus demás hermanos iniciados; pues todos ellos fueron, en lo concerniente a su vida mística, trasuntos de la historia del Sol, el cual trasunto es otro misterio en el Misterio. Nada tienen que ver con estos héroes las biografías de sus personalidades externas; ya enteramente independientes de la vida privada, son tan sólo los místicos anales de su vida pública en paralelismo con su íntimo aspecto de neófitos e iniciados. De aquí la manifiesta semejanza de relato en sus respectivas biografías. Desde el principio de la humanidad, la Cruz, o el Hombre, con los brazos extendidos horizontalmente como símbolo de su cósmico origen, fue relacionado con su naturaleza psíquica y con las luchas que conducen a la iniciación. Pero si se demuestra que: 1º todo adepto tenía y tiene que pasar primero por las siete y las doce pruebas de la iniciación, simbolizadas en los doce trabajos de Hércules; 2º se considera como día de su verdadero nacimiento, aquel en que nace al mundo espiritual, y por eso se les llama a los iniciados “dos veces nacidos”, iniciados o dwijas, computándoseles la edad desde el día de aquel segundo nacimiento, o sea cuando verdaderamente nacen de Dios y de una Madre inmaculada; y 3º las pruebas de todos estos personajes corresponden al significado esotérico de los ritos de iniciación, los cuales se relacionan a su vez con los doce signos del Zodíaco, y por lo tanto, con los signos del Sol en el cielo; entonces, decimos, podrá verse el significado de los trabajos o pruebas de aquellos héroes, pues en cada caso individual personifican los “padecimientos, triunfos y milagros” de un adepto, antes y después de su iniciación. Cuando se divulgue extensamente todo esto, comprenderá el mundo las causas de la recíproca semejanza biográfica entre los adeptos y el misterio de aquellas existencias.
Citemos, por ejemplo, las legendarias vidas (porque exotéricamente todas son leyendas) de Krishna, Hércules, Pitágoras, Buddha, Jesús, Apolonio y Chaitanya. En el aspecto profano, las biografías de estos pesonajes, escritas por autores extraños al círculo de iniciados, diferirán notablemente de los ocultos relatos de sus místicas vidas. Sin embargo, por mucho que se hayan disfrazado y escondido de las miradas profanas, aparecen idénticas las circunstancias capitales. Cada uno de aquellos caracteres es representado como un Soltêr o Salvador de origen divino, título que daban los antiguos a los dioses, héroes e insignes reyes. A todos ellos, bien al tiempo de su nacimiento o poco después, les persigue y amenaza de muerte (aunque nunca logra matarles), una potestad enemiga (el mundo de la materia y de la ilusión), ya se llame el rey Kânsa, Herodes o Mâra, representantes del poder del mal. Todos son tentados, perseguidos, y finalmente, se dice que, al término de los ritos de iniciación, han sido muertos en su personalidad física, de la que surgen y se libran para siempre después de su espiritual “resurrección” o “nacimiento”. Y acabada así su carrera por esta supuesta violenta muerte, todos ellos descienden a los infiernos, al reino de la tentación, del deseo y de la materia, y por consiguiente de las tinieblas, del que vuelven glorificados como “dioses”, habiendo dominado la “condición de Chrestos”.
Así es que la semejanza biográfica no ha de buscarse en los actos corrientes de la cotidiana vida de los adeptos, sino en su estado interno y en los puntos capitales de su carrera como instructores religiosos. Todo esto se funda en bases astronómicas, que al mismo tiempo sirven para representar los grados y pruebas de iniciación; siendo la más importante el descenso a los reinos de las tinieblas y de la materia por última vez, de donde surgen como “Soles de Justicia”. Así, pues, esta prueba se halla en la historia de todos los Salvadores, desde Orfeo y Hércules hasta Krishna y Cristo. Dice Eurípides:
Heracles que salió del seno de la Tierra
Dejando la baja estancia de Plutón (3).
Y Virgilio escribe:
Ante Ti tembló la laguna Estigia. Ante Ti se amedrentó el Cancerbero... Contigo no se atrevió a luchar Tifón... Salve, ¡oh verdadero hijo de Jove!, gloria de los dioses (4).
Orfeo busca en el reino de Plutón a Eurídice, su perdida alma. Krishna, símbolo del séptimo Principio, baja a los infiernos y rescata a sus seis hermanos; transparente alegoría de la “perfecta iniciación” en que los seis Principios se resumen en el séptimo. Jesús desciende también a los infiernos para sacar el alma de Adán, símbolo de la humanidad física.
¿Han tratado alguna vez los sabios orientalistas de buscar el origen de esta alegoría; la “semilla” de ese “árbol de la vida” del que tales florecientes ramas brotaron desde que por su mano lo plantaron en la tierra sus “Constructores”? Tememos que no. Según se muestra aún en las mismas interpretaciones exotéricas y falseadas de los Vedas, en el Rig Veda, el más antiguo y fiel de los cuatro, se le llama a esta raíz y semilla de los futuros Salvadores, el Vishvakarman, el principio “Padre”, “más allá de la comprensión de los mortales”. En el segundo aspecto es Sûrya, el “Hijo” que se ofrece en sacrificio a sí mismo. En el tercero, es el Iniciado que sacrifica su ser físico al espiritual. La clave de la iniciación en los grandes misterios de la Naturaleza, resonaba en el Vishvakarman, el omnieficiente, que (místicamente) se convierte en Vikkartana, el “Sol privado de sus rayos”, y sufre por su demasiado ardiente naturaleza, para después alcanzar gloria (por la purificación). He aquí el secreto de la maravillosa “semejanza” entre las biografías místicas de los adeptos.
Todo esto es alegórico y místico, y sin embargo, perfectamente comprensible y llano para los estudiantes de ocultismo oriental, aunque no estén muy al corriente de los misterios de la Iniciación.
Fragmentos Doctrina Secreta - Helena P. Blavatsky
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