La antigüedad de los Misterios puede inferirse de la historia del culto de Hércules en Egipto. Según los sacerdotes dijeron a Herodoto, no era griego este dios, y sobre el particular dice el famoso historiador:
Hércules... como afirman [los sacerdotes], es uno de los doce dioses mayores, procedentes de los ocho dioses primitivos, unos 17.000 años antes del de Amasis.
Hércules tiene origen hindú, y dejando aparte su cronología bíblica, el coronel Tod acierta al suponer que era Balarâma o Baladeva. Leyendo los Purânas con la clave esotérica, hallaremos corroborada en casi todas sus páginas la Doctrina Secreta. Los autores antiguos comprendieron perfectamente esta verdad. Y de aquí que, sin discrepancia, atribuyan origen asiático a Hércules.
Un pasaje del Mahâbhârata está dedicado a la historia de Hércules, de cuya raza era Vyâsa... Diodoro relata la misma historia con leves variaciones. Dice a este propósito: “Hércules nació en la India; y lo mismo que en Grecia, se le representa con una maza y una piel de león”. Krishna y Baladeva son (señores) de la raza (cûla) de Henri (1), de donde los griegos derivaron el nombre de Hércules (2).
La Doctrina Secreta explica que Hércules fue la última encarnación de uno de los siete “Señores de la Llama”, tomando cuerpo en Baladeva, hermano de Krishna; que sus encarnaciones tuvieron efecto durante las tercera, cuarta y quinta razas raíces; y que los últimos inmigrantes introdujeron en Egipto el culto que se le tributaba en Lankâ e India. No cabe duda de que los griegos tomaron de los egipcios este dios, pues le asignan la ciudad de Tebas por cuna, aunque suponen que realizó en Argos sus doce hazañas. El Vishnu Purâna corrobora completamente las secretas enseñanzas, según puede colegirse del siguiente extracto de la alegoría puránica:
Se nos dice que en un principio no hubo Misterios. El conocimiento (Vidyâ) era propiedad común y predominó universalmente durante la Edad de oro o Satya Yuga. Como dice el Comentario: Los hombres aun no habían producido el mal en aquellos días de felicidad y pureza, porque su naturaleza más bien era divina que humana”.
Pero al multiplicarse rápidamente el género humano, se multiplicaron también las idiosincrasias de cuerpo y mente, y entonces el encarnado espíritu manifestó su debilidad. En las mentes menos cultivadas y sanas arraigaron exageraciones naturales y sus consiguientes supersticiones. El egoísmo nació de deseos y pasiones hasta entonces desconocidos, por los que a menudo abusaron los hombres de su poder y sabiduría, hasta que por último fue preciso limitar el número de los que sabían. Así empezó la Iniciación.
Cada país se arregló un especial sistema religioso entonces, acomodado a su capacidad intelectual y a sus necesidades espirituales; pero los sabios prescindían del culto a simples formas y restringieron a muy pocos el verdadero conocimiento. La necesidad de encubrir la verdad para resguardarla de posibles profanaciones, se dejó sentir más y más en cada generación, y así el velo, tenue al principio, fue gradualmente haciéndose tupido a medida que cobraba mayores bríos el egoísmo personal, lo cual condujo a los Misterios. Estableciéronse los Misterios en todos los pueblos y países y se procuró al mismo tiempo, para evitar toda contienda y error, que en las mentes de las masas profanas arraigasen creencias exotéricas inofensivamente adaptadas en un principio a las inteligencias vulgares, como rosado cuento a la comprensión de los niños, sin temor de que la fe popular perjudicase a las filosóficas y abstrusas verdades enseñadas en los santuarios. Las lógicas y científicas observaciones de los fenómenos naturales que conducen al hombre al conocimiento de las eternas verdades, y le consienten acercarse a la observación libre de prejuicios, y ver con los ojos espirituales antes de mirar las cosas desde su aspecto físico, no se hallan al alcance del vulgo. Las maravillas del Espíritu Único de la Verdad, de la siempre oculta e incomprensible Divinidad, tan sólo pueden desenmadejarse y asimilarse, por medio de Sus manifestaciones en los activos poderes de los “dioses” secundarios. Si la Causa universal y única permanece por siempre in abscondito, su múltiple acción se descubre en los efectos de la Naturaleza. Como el término medio de la humanidad sólo advierte y reconoce aquellos efectos, se dejó que la imaginación popular diese forma a las Potestades que los producen. Y con el rodar de los tiempos, en la quinta raza, algunos sacerdotes poco escrupulosos se prevalieron de las sencillas crencias de las gentes, y acabaron por elevar dichas Potestades secundarias a la categoría de dioses, aislándolos completamente de la única y universal Causa de todas las causas (5).
Desde entonces, el conocimiento de las verdades primitivas permaneció por completo en manos de los iniciados.
Los Misterios tenían sus defectos y puntos flacos, como necesariamente ha de tenerlos toda institución en que entren humanos elementos. Sin embargo, Voltaire caracterizó en pocas palabras sus beneficios:
Entre el caos de supersticiones populares, existía una institución que siempre evitó la caída del hombre en la absoluta brutalidad. Fue la de los Misterios.
Laurens observa muy acertadamente:
El sacerdocio egipcio fue, según parece, una asamblea o confederación de sabios que se reunían para estudiar el arte del gobierno, centralizar el dominio de la verdad, modular su divulgación y contener su demasiado peligrosa dispersión (9).
Los sacerdotes egipcios, como los antiguos brahmanes, tenían las riendas del gobierno, según costumbre heredada de los iniciados atlantes. El puro culto de la Naturaleza, en los primitivos días patriarcales (10), fue patrimonio sólo de aquellos que supieron descubrir el nóumeno tras el fenómeno. Posteriormente, los iniciados transmitieron sus conocimientos a los reyes humanos, del mismo modo que los divinos maestros lo comunicaran a sus antepasados. Tuvieron por deber y prerrogativa revelar aquellos secretos de la Naturaleza útiles al género humano, por ejemplo, las ocultas virtudes de las plantas y el arte de curar a los enfermos, procurando además difundir el amor fraternal y el auxilio mutuo entre los hombres
Los Misterios fueron anteriores a los jeroglíficos (15), que de ellos dimanaron como permanentes archivos necesarios para preservar y conmemorar sus secretos. Constituyeron la primitiva filosofía (16) que ha servido de piedra angular a la moderna; pero la progenie, al perpetuar los rasgos del cuerpo externo, perdió en el camino el alma y el espíritu del progenitor.
Aunque la iniciación no contenía reglas ni principios, ni enseñanza alguna especial de ciencia en el sentido que ahora le damos, era una ciencia, y la Ciencia de las Ciencias. Y aunque vacía de dogma, de disciplina física y de ritual exclusivo, sin embargo era la única verdadera Religión, la de la eterna Verdad. Externamente era escuela y colegio en donde se enseñaban ciencias, artes, ética, legislación, filantropía, el culto de la verdadera y real naturaleza de los fenómenos cósmicos, cuyas pruebas prácticas se daban secretamente durante la celebración de los Misterios. Llegaban a la iniciación los capaces de aprender la verdad de las cosas; es decir, los que cara a cara, podían mirar a Isis sin velo y arrostrar la pavorosa majestad de la diosa. Pero los hijos de la quinta raza habían caído con demasiada bajeza en la materia para levantar impunemente sus ojos a la deidad; y los caídos desaparecían del mundo sin dejar rastro.
Los nobles preceptos que enseñaban los iniciados de las primitivas razas, se propagaron por la India, Egipto, Caldea, China y grecia, hasta difundirse por los ámbitos del mundo. Todo cuanto de bueno, grande y noble hay en la naturaleza humana, todas las facultades y aspiraciones divinas, era cultivado por los sacerdotes filósofos para educirlo en los iniciados. Su código de ética, basado en el altruísmo, ha llegado a ser universal. Se le encuentra en Confucio, el “ateo”, que enseñaba que “no es virtuoso quien no ama a su hermano”. El Antiguo Testamento dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (17). Los grandes iniciados se volvían como dioses. En el Fedro pone Platón en boca de Sócrates estas palabras:
Los iniciados están seguros de ser partícipes de la compañía de los dioses.
Refiriéndose a los Misterios, dice Clemente de Alejandría:
" Aquí termina toda enseñanza. Se ve la Naturaleza y todas las cosas."
Un Padre de la Iglesia habla pues como cuatro siglos después de J. C. Habló el pagano Pretextatus, procónsul de Acaya, “eminente en virtudes”, quien opinaba que “privar a los griegos de los sagrados Misterios que unían a todo el género humano”, equivalía a quitar todo merecimiento a sus vidas. ¿Acaso hubieran recibido los Misterios fervorosas alabanzas de los más excelsos hombres de la antigüedad, si fuera su origen puramente humano? Leamos cuanto de esta sin par institución dijeron en todas épocas los iniciados y los no iniciados, entre ellos Platón, Eurípides, Sócrates, Aristófanes, Píndaro, Plutarco, Isócrates, Diodoro, Cicerón, Epícteto, Marco Aurelio y muchísimos otros sabios y escritores. Lo que los Dioses y los Ángeles habían revelado, las religiones exotéricas, empezando por la de Moisés, lo volvieron a velar y lo ocultaron durante edades, de la vista del Mundo.
DOCTRINA SECRETA fragmentos de H.P. Blavatsky
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