Esto no es cosa de hoy ni de ayer, sino de todo tiempo.
Y nadie nos ha dicho todavía de dónde ni cómo viene.
SÓFOCLES
Algunos filósofos antiguos dicen que las “vestiduras de piel” que, según el Génesis, proporcionó Dios a Adán y Eva, significan los cuerpos carnales de que en la sucesión de los ciclos se vieron revestidos los progenitores de la raza humana. Sostenían dichos filósofos que la forma física, de semejanza divina al principio, se fue densificando gradualmente hasta que descendiendo al punto ínfimo del que pudiéramos llamar postrer ciclo espiritual, entró la humanidad en el arco ascendente del primer ciclo terreno. De entonces arranca una no interrumpida serie de ciclos (yugas)cuyo exacto número de años se mantuvo secreto en los santuarios sin revelarlo más que a los iniciados. En cada ciclo, edad o yuga, el género humano alcanza la mayor perfección posible en aquel ciclo; pero después decae antes de entrar en el nuevo ciclo con todos los residuos de su precedente civilización social y mental. Así se suceden los ciclos en transiciones imperceptibles que llevan al pináculo el poderío de los imperios, para de allí decaer hasta extinguirse. En el límite del arco inferior de cada ciclo, la humanidad queda sumida de nuevo en la barbarie. Desde los tiempos primitivos hasta nuestros días, cuenta la historia el poderío y decadencia de las naciones que ascendieron a la cumbre para hundirse en el llano. Draper observa que no cabe incluir en cada ciclo a toda la especie humana, sino que, por el contrario, mientras la humanidad decae en algunos países, progresa y asciende en otros. Esta teoría de la evolución cíclica es muy semejante a la ley reguladora del movimiento de los astros, que además de girar sobre su eje voltean en diversidad de sistemas alrededor de sus respectivos soles. Vida y muerte, luz y tinieblas, día y noche se suceden alternativamente en el planeta mientras gira sobre su eje y recorre el círculo zodiacal, el menor de los ciclos máximos. Recordemos el axioma hermético: “Como es arriba así es abajo; así en la tierra como en el cielo”.
Conviene advertir que la teoría de los cielos, simbolizada por los hierofantes egipcios en el “círculo de necesidad”, explica al propio tiempo la alegoría de la “caída del hombre”. Según la descripción que de las pirámides de Egipto dan los autores arábigos, cada una de las siete cámaras de estos monumentos llevaba el nombre de un planeta. Su peculiar arquitectura denota ya de por sí la metafísica alteza del pensamiento de los constructores. La cúspide, perdida en el claro azul del cielo faraónico, simboliza el punto primordial, perdido en el universo invisible, de donde surgieron los espirituales tipos de la primera raza humana. En cuanto la momia quedaba embalsamada, perdía, por decirlo así, su individualidad física y simbolizaba la raza humana. Ponían los egipcios la momia en la actitud más favorable a la salida del “alma”, que estaba obligada a pasar por las siete cámaras planetarias antes de recobrar su libertad por la simbólica cúspide. Las cámaras simbolizaban a un tiempo las siete esferas y los siete superiores tipos físico–espirituales de la humanidad futura. De tres en tres mil años, el alma, símbolo de la raza, había de regresar al punto de partida para de allí emprender nueva peregrinación hacia un mayor perfeccionamiento físico y espiritual. Verdaderamente es preciso ahondar en la abstrusa metafísica de los místicos orientales para percatarnos de la multiplicidad de temas que a un tiempo abarcaba su majestuosa mente.
No satisfecho el Adán edénico de las condiciones en que le puso el Demiurgos intentó orgullosamente ser creador. Este segundo Adán, salido de manos del andrógino Kadmon, es también andrógino, pues según las antiquísimas enseñanzas encubiertas alegóricamente por Platón los arquetipos de las razas humanas estaban contenidos en el árbol microcósmico que creció y se desarrolló dentro y debajo del gran árbol mundanal o macrocósmico. Por diversos e innumerables que sean los rayos del sol espiritual, todos emanan de la unidad divina en cuya lumínica fuente tuvieron su origen las formas orgánicas e inorgánicas y también la forma humana. Aun cuando repudiáramos la primitiva androginidad del hombre en lo concerniente a su evolución física, no cambiaría el sentido espiritual de la alegoría. Mientras el Adán edénico, el primer dios–hombre, encarnación de los elementos masculino y femenino, se mantuvo en estado de inocencia sin idea del bien y del mal, no sintió apetencia de “mujer” porque ella estaba en él y él en ella. Adán asume la distinción masculina separada de la femenina cuando la maligna serpiente mostró el fruto del árbol mundanal o árbol de la ciencia. En aquel punto cesa la integración andrógina y el hombre y la mujer se diferencian en dos distintas entidades con ruptura del enlace entre el espíritu puro y la materia pura. Desde entonces dejó el hombre de crear espiritualmente por el poder de su voluntad, limitado en adelante al orden físico hasta reconquistar el reino espiritual tras larga prisión en la cárcel de carne.
No satisfecho el Adán edénico de las condiciones en que le puso el Demiurgos intentó orgullosamente ser creador. Este segundo Adán, salido de manos del andrógino Kadmon, es también andrógino, pues según las antiquísimas enseñanzas encubiertas alegóricamente por Platón los arquetipos de las razas humanas estaban contenidos en el árbol microcósmico que creció y se desarrolló dentro y debajo del gran árbol mundanal o macrocósmico. Por diversos e innumerables que sean los rayos del sol espiritual, todos emanan de la unidad divina en cuya lumínica fuente tuvieron su origen las formas orgánicas e inorgánicas y también la forma humana. Aun cuando repudiáramos la primitiva androginidad del hombre en lo concerniente a su evolución física, no cambiaría el sentido espiritual de la alegoría. Mientras el Adán edénico, el primer dios–hombre, encarnación de los elementos masculino y femenino, se mantuvo en estado de inocencia sin idea del bien y del mal, no sintió apetencia de “mujer” porque ella estaba en él y él en ella. Adán asume la distinción masculina separada de la femenina cuando la maligna serpiente mostró el fruto del árbol mundanal o árbol de la ciencia. En aquel punto cesa la integración andrógina y el hombre y la mujer se diferencian en dos distintas entidades con ruptura del enlace entre el espíritu puro y la materia pura. Desde entonces dejó el hombre de crear espiritualmente por el poder de su voluntad, limitado en adelante al orden físico hasta reconquistar el reino espiritual tras larga prisión en la cárcel de carne.
Las mitologías antiguas representan castigados severamente por su osadía a los Logos que intentaron dotar al hombre de espíritu inmortal. Los Padres de la Iglesia que, como Orígenes y Clemente de Alejandría, fueron filósofos paganos antes de convertirse al cristianismo, no pudieron por menos de reconocer en los antiguos mitos el fundamento de sus nuevas doctrinas con arreglo a las cuales, el Verbo o Logos se había encarnado para señalar al género humano la senda de la inmortalidad y, deseoso de infundir en el mundo la vida eterna por medio del paráclito fuego, sufrió castigo de muerte como sus predecesores.
En la fábula griega, el dios solar Hércules desciende al Hades y acaba con los sufrimientos de las almas, como también en el credo cristiano desciende Cristo a los infiernos para librar a las almas que esperaban el advenimiento."
H.P. Blavatsky-Isis sin Velo-fragmentos
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