Sobre el Espíritu, la Materia, la Voluntad y la Forma



Los más conspicuos filósofos reconocen que tanto los brahmanes como los  budistas   y los pitagóricos enseñaron esotéricamente, en forma más o menos inteligible,  la  doctrina de  la metempsícosis, profesada asimismo por  Clemente  de   Alejandría,  Orígenes, Sinesio,  Calcidi y los agnósticos, a quienes la historia diputa por los hombres más exquisitamente  cultos de su tiempo. Pitágoras y Sócrates sostuvieron las mismas ideas y ambos fueron condenados a muerte en pena de  enseñarlas, porque el vulgo ha sido igualmente brutal en  todo tiempo y el  materialismo ofuscó siempre las  verdades espirituales. De  acuerdo  con  los  brahmanes,  enseñaron Pitágoras  y  Sócrates  que  el  espíritu  de Dios anima las partículas de la materia en que  está  infundido;  que  el  hombre tiene dos almas de  distinta naturaleza, pues  una  (alma  astral  o  cuerpo  fluídico) es  corruptible y perecedera, mientras  que  la   otra  (augoeides  o  partícula  del   Espíritu  divino) es incorruptible é  imperecedera. El  alma  astral,  aunque  invisible para  nuestros  sentidos por ser  de materia  sublimada, perece y se renueva en los umbrales de cada  nueva esfera, de suerte que va purificándose más y más en las sucesivas transmigraciones. Aristóteles, que  por motivos  políticos  se  muestra  muy reservado  al  tratar  cuestiones de índole esotérica, declara explícitamente su opinión en este punto, afirmando que  el alma  humana  es  emanación  de  Dios  y  a  Dios  ha  de  volver  en  último  término.  Zenón, fundador  de  la  escuela  estoica, distinguía  en  la  naturaleza  dos  cualidades  coeternas: una activa, masculina, pura y sutil, el  Espíritu  divino; otra  pasiva,  femenina, la  materia que para actuar y vivir necesita del Espíritu, único  principio  eficiente cuyo  soplo  crea  el fuego,  el  agua,  la  tierra  y  el  aire. También  los  estoicos  admitían  como  los  indos  la reabsorción  final.  San  Justino  creía  en  la  emanación  divina  del  alma  humana, y su discípulo Taciano afirma que “el hombre es inmortal como el mismo Dios”. Es  muy  importante  advertir  que  el  texto  hebreo   del   Génesis, según   saben  los hebraístas, dice  así:  “A  todos  los  animales  de  la  tierra   y   a  todas  las  aves  del  aire  y  a cuanto  se  arrastra  por  el  suelo  les  di  alma viviente".   Pero   los  traductores  han adulterado  el  original substituyendo  la  frase subrayada  por  la  de:  “allí en  donde  hay vida”. Demuestra Drummond que los traductores de las Escrituras hebreas han  tergiversado el sentido del texto en todos  los  capítulos,  falseando  hasta  la  significación del nombre de  Dios  que  traducen  por  El cuando  el  original dice Al que, según Higgins, significa Mithra, el  Sol conservador y  salvador.  Drummond  prueba  también  que  la  verdader atraducción  de  Beth–El es Casa del Sol y  no  Casa  de  Dios, pues  en  la  composición  de estos nombres cananeos, la palabra El no significa Dios, sino Sol. De esta manera  ha  desnaturalizado  la  teología  a  la  teosofía  antigua  y  la  ciencia  a  la filosofía.


Hace años, el filósofo alemán Schopenhauer afirmó  la  coexistencia  de  la  materia  y  de la  fuerza,  diciendo  que   el   universo   es   la   voluntad   manifestada   en   fuerzas  cuyas modalidades corresponden a los diferentes grados de objetividad. Esta  doctrina aceptó Vallace  al  convertirse  al  espiritualismo,  y  fué  precisamente  la  expuesta  por  Platón  al decir que  “todas  las  cosas  visibles  proceden   de   la  invisible  y  eterna  voluntad  que  las modela,  y  que  los  cielos están plasmados  en  el  eterno  modelo  del  “mundo  ideal” contenido en el dodecaedro  o  arquetipo geométrico  de  la  Divinidad”.  Según  Platón, la  substancia  primaria  emanó  de  la  mente  demiúrgica  (nous) donde  desde  la  eternidad reside  la  idea  del mundo  que  ha  de  ser  y  que  es en cuanto  la  idea  emana  de   la   divina mente. Las leyes  de  la  naturaleza  no son  ni  más  ni  menos  que  las  relaciones  entre  la idea  demiúrgica  y  sus   diversas   formas  de  manifestación cuyo  número  cambia  de continuo dentro del tiempo y del espacio. Sin embargo, distan mucho de  ser  estas  enseñanzas originales  de  Platón,  pues  en  los Oráculos caldeos se lee: “Las obras de la naturaleza  coexisten  con  la  intelectual  (noe'rv) y espiritual luz del Padre. Porque el alma (yuch') adorna  el inmenso cielo y lo embellece según voluntad del Padre”. Por  su  parte  dice  Filón,  a  quien  erróneamente  se  le  supone  discípulo  de  Platón:  “El mundo incorpóreo estaba ya entonces fundamentado en la mente divina”. La Teogonía de Mochus admite dos principios: el  éter y  el aire, de  los  que  procede  el Dios manifestado (nohtóç) el dios Ulom o universo material y visible. En los Himnos  Orficos,  el Eros–Phanes nace del  huevo  espiritual  fecundado  por  el viento  etéreo,  símbolo  del  “espíritu  de  Dios”  que  desde toda eternidad cobija la ideación divina. En  el  Kathopanishada, el Espíritu  divino  (Purusha)  es  preexistente  a  la  substancia primordial  con  la  que  se  une  para  engendrar  el  Mahâ–Atmâ  o  Brâhmâ,  es  decir,  el Espíritu  de  vida, el Anima Mundi, equivalente  a  la  Luz  Astral  de  los  teurgos y cabalistas. Pitágoras  aprendió  sus  doctrinas  en  los  santuarios  de  Oriente, encubriéndolas  bajo simbolismos  numéricos;  pero  su  discípulo  Platón las  expuso  en  forma  más  inteligible, de  modo  que  las  comprendieran los no  iniciados, aunque manteniendo todavía  las fórmulas esotéricas. Así dice que el Pensamiento divino es el padre, la Materia la madre y el Cosmos el hijo. Según afirma Dunlap, en  la  religión  egipcia había  un  Horus  mayor,  hermano  de Osiris,  y  un  Horus  menor,  hijo  de  Osiris  y de  Isis. El primero simbolizaba  la  idea del universo, contenida en  la  mente  demiúrgica, la idea  “surgida  en  la  obscuridad  antes  de la creación del mundo”; y el segundo era la misma idea ya emanada del  Logos, revestida de materia y actualizada en existencia.


Dicen los Oráculos Caldeos: “El Dios del mundo es eterno, ilimitado, joven y viejo y  deforma sinuosa”. La frase “forma sinuosa” es símbolo de la vibración de la luz Astral  que  los  sacerdotes de  la  antigüedad conocían perfectamente, aunque no tuvieran del  éter  el  mismo concepto que los modernos, pues por éter significaban la Idea eterna,  compenetrada  en el universo, es decir, la Voluntad que actualizada en energía organiza la materia. Dice Van  Helmont: “La voluntad  es la  potencia  capital y superior de todas.  La voluntad del Creador puso en movimiento todas  las  cosas. La  voluntad  es  atributo  de todas  las  entidades  espirituales y se desenvuelve con tanta  mayor  actividad  cuanto más libre está de la materia”. Y Paracelso, por sobrenombre “el divino”, añade: “La  fe  ha de ser la  corroboradora de la imaginación, pues por la fe se establece la voluntad...En todas las  obras mágicas, es requisito indispensable la  firmeza de voluntad...Las  artes  no  tienen  reglas  fijas  y ciertas, porque los hombres no saben imaginar  ni creer  en  el  resultado eficaz de lo que imaginan”. La negativa energía de la incredulidad y el escepticismo, aplicada en la  misma dirección, pero en sentido contrario y con igual intensidad, es la única potencia capaz de resistir a la positiva  energía del  espiritualismo  y  de  equilibrarla  dinámicamente. No  les ha de maravillar, por lo  tanto,  a  los  espiritistas  que  la  presencia  de  escépticos empedernidos  o  de  quienes  asistan a las sesiones con preconcebida  animosidad, sea impedimento para la manifestación fenoménica, pues si no hay en la tierra ningún poder consciente sin otro  opuesto  a  su  acción, ¿qué tiene  de  extraño  que  el  poder inconsciente de un médium  quede  paralizado  de  pronto  por  otro  poder  opuesto  y también inconscientemente ejercido? 


Nadie ha superado en obras milagrosas a Jesús, y sin embargo,la corriente de su  voluntad tropezó a veces con  el  escepticismo de las  gentes, según  corrobora aquel  pasaje  que  dice: “Y no obró allí prodigios a causa  de la  incredulidad  de las gentes”. En la filosofía  de  Schopenhauer se vislumbran estos mismos conceptos, y  no  harían mal  los  modernos  investigadores si la estudiaran, pues en ella  encontrarían singulares hipótesis basadas  en  ideas  antiguas, aparte de especulaciones acerca de los nuevos fenómenos psíquicos  que  les ahorraran el trabajo de pergeñar otras. Las fuerzas psíquica, ecténica y electro–biológica, el pensamiento latente, la cerebración inconsciente y todas las hipótesis  forjadas por  los  modernos investigadores, pueden resumirse en dos palabras: la luz astral de los cabalistas. Los valientes  conceptos  de  Schopenhauer difieren completamente  de  los de la mayoría de experimentadores.  Dice  el  ilustre  filósofo:  “En realidad  no  cabe  distinguir entre materia  y  espíritu. La  gravitación  de  una  piedra  es  tan inexplicable  como  el pensamiento en el cerebro humano. Si no sabemos  por  qué cae al  suelo un  objeto material, tampoco  sabremos  si  este   objeto es o no  capaz de pensar...Aun en  las mismas ciencias físicas, tan pronto como pasamos de lo experimental a lo especulativo, de lo  físico a lo  metafísico, nos  atajan el  paso las  enigmáticas fuerzas  de  cohesión, afinidad, gravitación, etc.,  cuyo misterio  es  para nuestros sentidos tan  profundo  como la  voluntad  y  el  pensamiento  humanos. Entonces  nos  vemos frente  a  frente  de  las inescrutables fuerzas de la naturaleza. ¿Dónde está, pues, esa materia que  presumís  deconocer tan bien y con la que os creéis familiarizados hasta el punto de  deducir  de  ella todas  vuestras  teorías  y de atribuirle cuanto  os  parece?  Nuestra  razón y nuestros sentidos sólo son capaces de conocer lo superficial, pero jamás  penetrarán en la  íntima substancia de las  cosas. Tal era la  opinión de  Kant.  Si  admitís  algo  espiritual en  el hombre, forzosamente habéis de  admitirlo  también  en  la  piedra.  Si  vuestra   muerta  y pasiva  materia  tiene  la  propiedad  de  gravitar, atraer,  repeler  y fulgurar, no es  razón negarle la de  pensar  como  piensa  el  cerebro. En  suma:  cada  partícula  del  llamado espíritu puede substituirse equivalentemente por otra de  materia, y  cada  partícula  de materia,  por otra  de  espíritu...Así  resulta  que  la  cartesiana  división  de  las  cosas  en materia  y  espíritu  es  filosóficamente  inexacta,  y  conviene  diferenciarlas  en voluntad y manifestación, con la ventaja  de  espiritualizar  todas  las  cosas,  pues  lo  real  y  objetivo, los cuerpos y la materia de la división cartesiana, los  consideramos  como  manifestación dimanante de la voluntad”.Estas opiniones  corroboran  lo  que  ya  dijimos  acerca  de  las  diversas  denominaciones dadas a una misma cosa, como si los adversarios disputaran sobre palabras. Llámese fuerza, energía, electricidad, magnetismo, voluntad  o  potencia  espiritual  a  la  causa  del fenómeno siempre será la parcial manifestación del alma, encarnada o desencarnada,  de una   partícula   de   la   inteligente,  omnipotente   é   individual Voluntad que llena  la naturaleza toda y  a que, por  insuficiencia de lenguaje humano para expresar  los conceptos psicológicos, llamamos Dios. Las ideas que sobre  este  punto exponen  algunos  filósofos  modernos  son  erróneas en muchos aspectos, desde  el  punto  de  vista  cabalístico. Hartmann califica sus  propias opiniones de  prejuicio  instintivo y afirma que  la  experimentación  no  ha  de  tener  por objeto  la  materia  propiamente  dicha,  sino  las  fuerzas  que  en  ella actúan,  de lo  cual infiere que  la  llamada  materia  es  tan  sólo  agregación  de  fuerzas  atómicas, pues  de lo contrario  sería  la  materia  una  palabra  sin sentido científico. Mas  a  pesar  de  su  sincera confesión,  de  que  nada  saben  con seguridad acerca de ella, los  experimentadores físicos, fisiólogos y químicos divinizan  la  materia. Todo fenómeno  con  cuya explicación no aciertan, sirve de incienso en el altar de la diosa predilecta de la ciencia. Nadie  trata  tan  magistralmente  este  asunto   como  Schopenhauer   en   su   Parerga. Estudia detenidamente  el  magnetismo  animal,  la  terapéutica  simpática,  la  profecía,  la magia,  las  agüeros,  las  apariciones  espectrales  y  otros  fenómenos psíquicos,  respecto de  lo  cual  dice:  “Todas  estas  manifestaciones son  ramas  del  mismo  árbol  y  prueban irrefutablemente la existencia de una categoría de seres pertenecientes a un orden  de  la naturaleza  muy  distinto  del  que se  basa  en  las  leyes  del  espacio,  del  tiempo y de  la adaptación. Este otro orden es mucho más profundo porque es el originario y directo,  yde nada valen las comunes leyes de la naturaleza que tan sólo atañen a la forma. Por lo tanto, bajo el régimen de este orden superior, ni el tiempo, ni el espacio pueden separara las entidades  individuales,  y  la  separación  determinada  por  las   formas  corpóreas  no son barreras infranqueables para el  intercambio de  pensamientos y la inmediata acción de la  voluntad. De este modo pueden ocurrir cambios por procedimientos completamente diferentes de la causalidad física, es decir, mediante la voluntad manifestada  en  acción,  externamente  al  individuo. Así  resulta que el carácter  peculiar de  las  antedichas  manifestaciones  es  la  visión y  acción  a  distancia, tanto  respecto  del tiempo  como  del  espacio. Esta  acción  a  distancia  es  precisamente  la   característica fundamental  de  la  llamada  magia,  porque  es la acción inmediata  de  nuestra voluntad, una acción  independiente  de  las  condiciones causales  de  la  acción  física, es  decir,  del contacto material.“ Además, estas manifestaciones contradicen la lógica y esencialmente el  materialismo, y aún  el  naturalismo,  porque  de  ellas  se  infiere que el  orden  de  cosas  consideradas  por estas dos últimas escuelas como absolutas y exclusivamente  legítimas,  resultan,  por  el contrario, superficiales  y  fenoménicas, en  cuyo  fondo  hay  algo  aparte  y  del  todo independiente  de  sus  propias  leyes.  Por  lo  tanto,  estas  manifestaciones psíquicas  son las  más  importantes  de   cuantas  se  han  ofrecido  al  estudio de observación, por lo menos desde el punto de vista puramente filosófico, y todo científico está  obligado, a conocerlas”


De acuerdo con su maestro Leucipo, enseñaba Demócrito que  los  átomos en el vacío fueron el principio de todas las cosas existentes en el universo, entendiendo  por vacío, en sentido  cabalístico, la  Divinidad  latente cuya primera manifestación  es  la voluntad que comunica   el   primer impulso   a   los   átomos   que,   al   cohesionarse, constituyen  la  materia. Sin embargo, el  nombre  de  vacío es  menos  apropiado  que  su sinónimo caos, porque, según los peripatéticos, “la naturaleza tiene horror al vacío”. Las alegorías, aparte de otros elementos  de  juicio, demuestran que, mucho antes de Demócrito,  estaban  ya  familiarizados  los  antiguos  con  la  idea  de  la  indestructibilidad de la materia. Movers define  el  concepto fenicio  de  la  ideal luz  solar,  diciendo  que  era la espiritual influencia emanada del supremo Dios, Iao, la  luz  tan  sólo  concebible  por  la mente, el principio así físico como espiritual de  todas las  cosas  del  cual  emana  el  alma. Es la esencia masculina  o  sabiduría, mientras que el caos es la  esencia  femenina. Así tenemos,  que  la  materia  y  el  espíritu  eran  ya  para  los  fenicios los dos  principios coeternos é infinitos. Esta teoría es tan antigua como el mundo, y no  fué  Demócrito su autor, pues la intuición  del hombre  precedió al  ulterior  desenvolvimiento  de  su  razón. Las  escuelas  materialistas  son  incapaces  de  explicar  los  fenómenos ocultos, porque niegan  a  Dios,  en  quien  reside  la  Voluntad.  Su  desconocimiento  de  los  fenómenos psíquicos, y lo absurdo de las hipótesis con que pretenden  explicarlos, dimanan  de  que a priori desdeñan cuanto  puede  empujarles  a  transponer  los  límites  de  las  ciencias experimentales  y  entrar  en  los   dominios   de   la   psicología   o   de  la que  no  fuera incongruente llamar  fisiología  metafísica. Los  filósofos  antiguos  afirmaban  que todas las cosas visibles é invisibles surgían a la existencia por  manifestación  de  la  Voluntad,  a que  Platón  llamó  Idea divina,  y  que  así  como  esta  Idea  da  existencia  objetiva  a  la materia con sólo enfocar su voluntad en un centro de fuerzas localizadas, así también  el hombre, el microcosmos respecto  del  macrocosmos, da forma objetiva  a la  materia  en proporción  del  vigor  de  su  voluntad. Los  átomos  imaginarios son  como   operarios movidos automáticamente a influjo  de  la  Voluntad universal que en ellos se enfoca y, manifestada en fuerza, los pone  en actividad.  El  proyecto  del  futuro  edificio está  en  la mente del Arquitecto y es reflejo  de  su voluntad  que,  abstracta  desde  el  momento  de concebirlo, se concreta en cuanto los átomos imaginarios obedecen  a  los  puntos, líneas y formas trazadas en la mente del divino geómetra. Como  Dios  crea,  así  crea  el  hombre. Dadle  voluntad  lo  suficientemente vigorosa  y subjetivará  las  formas mentales, que  muchos llaman  alucinaciones, aunque  para  quien las forja sean tan reales como los objetos  tangibles.  Los materialistas nada pueden argüir contra esto, desde el  punto  en  que  para  ellos  es materia  el  pensamiento. Si  tal supusiéramos,  tendríamos  que  el  ingenioso mecanismo proyectado  por  el  inventor, las  encantadoras  escenas surgidas  de la mente del  poeta, los  soberbios  lienzos  pintados  por  la  viva imaginación del  artista, la  incomparable estatua cincelada en el pensamiento del  escultor, los  palacios y castillos planeados  por el arquitecto, debieran  existir  objetivamente, a  pesar  de  ser  subjetivos  é  invisibles, porque el pensamiento, según los materialistas, es materia  plasmada  en  forma. ¿Cómo negar entonces que haya hombres de voluntad lo  bastante  potente  para  transportar  al mundo visible estas creaciones mentales y revestirlas de materia tangible?"




 fragmentos de ISIS SIN VELO

H.P. BLAVATSKY

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