Enseñanzas atemporales



La voz remueve su corazón hasta lo más profundo ya que siente que las palabras son ciertas, su batalla diaria y a cada minuto le está enseñando que el egocentrismo es la raíz de la miseria, la causa mayor de  dolor, y su alma está llena del anhelo de ser libre.


Aprende que el alfa y el omega, el comienzo y el fin de la vida es el altruismo o el no egoísmo: y siente la verdad del adagio. que solamente en la profunda inconsciencia del olvido de sí, puede revelarse la verdad y, la realidad del ser a su anhelante corazón"


Quien se esfuerza por resucitar al Espíritu crucificado dentro de sí mismo por sus propias pasiones terrenales y enterrado en el sepulcro de su naturaleza carnal, quien tiene la fuerza de apartar la piedra de materia de la puerta de su propio santuario interior, tiene en sí mismo al Cristo resucitado. 


H.P. Blavatsky

EL HUEVO AURICO

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El Huevo Áurico, a causa de su naturaleza y múltiples funciones, tiene que ser bien estudiado. Como Hiranyagarbha, la Matriz de Oro o el huevo, contiene a Brahmâ, el símbolo colectivo de las Siete Fuerzas Universales, de modo que el Huevo Áurico contiene, y está directamente relacionado con lo divino y el hombre físico. En su esencia, como se ha dicho, es eterno, y en sus correlaciones constantes, es una especie de máquina de movimiento perpetuo durante el desarrollo del Ego que reencarna en la tierra. Tal como se indica en La Doctrina Secreta, los Egos o Kumâras que encarnan en el hombre al  final  de  la  Tercera  Raza-Raíz,  no  son  Egos  humanos  de  este  mundo  o  plano,  sino  que  se  manifestaron sólo en el momento en que el hombre animal fue dotado de alma, lo cual le dotó con la Mente Superior. Cada Kumâra es un «Aliento» o Principio, llamado Alma Humana, o Manas, la Mente. Como las enseñanzas dicen: Cada uno es un pilar de luz. Una vez elegido el vehículo, se expandió, con un aura Âkâsica que rodea al animal humano, mientras que el Divino Principio (Manásico), se establece dentro de esa forma humana. La Sabiduría Antigua enseña, además, que a partir de esta primera versión, los Pitris Lunares (que habían hecho a los hombres de sus Chhâyâs o sombras) son absorbidos por esta esencia áurica, y una forma astral distinta se produce para cada personalidad futura de reencarnación en la serie de cada Ego. Así, el huevo Áurico, que refleja todos los pensamientos, palabras y acciones del hombre, es lo siguiente:(a) El conservador de cada registro Kármico.(b)  El  depósito  de  todos  los  poderes  buenos  y  malos  del  hombre,  recibe  y  da  salida  a  su  voluntad,  o  mejor  dicho,  a  su  pensamiento,  todas  las  potencialidades  se  convierten,  en  una  potencia que actúa: El aura es el espejo en el que los sensitivos y clarividentes sienten y perciben al verdadero hombre, y pueden verlo tal como es, no como aparece. (c) Es lo que proporciona al hombre su forma astral, contiene los modelos de entidad física en sí misma, primero como un feto, luego como un niño y después como hombre, el ritmo de crecimiento astral empieza con el ser humano, lo que le proporciona durante su vida, si es un Adepto, su Mâyâvi-Rupa, Cuerpo de Ilusión (que no es su Cuerpo Astral Vital), y después de la muerte, su entidad devachánica y Kâma-Rûpa, o Cuerpo del Deseo (el Fantasma) (NOTA: Es  un  error,  cuando  se  habla  del  principio  humano  en  quinto  lugar,  lo  llaman  «el  Kâma-Rûpa». No es Rûpa, o la forma en absoluto, excepto después de la muerte, pero los elementos Kâmicos, deseos y pasiones animales, como la ira, lujuria, envidia, venganza, etc., etc., son la progenie del egoísmo y la materia. FINAL NOTA). En el primer caso, el de la entidad Devachánica, el Ego, con el fin de ser capaz de entrar en un estado de felicidad, como el «Yo» de su encarnación inmediatamente anterior, tiene que ser vestido (metafóricamente hablando) con los elementos espirituales de las ideas, aspiraciones y  pensamientos  de  la  personalidad  ahora  sin  cuerpo,  de  lo  contrario,  ¿qué  es  lo  que  disfruta  de  la  felicidad  y  la  recompensa?  ciertamente  no  el  Ego  impersonal,  la  Individualidad  Divina.    Por  lo  tanto,  deben  ser  los  buenos  registros  Kármicos  de  la  persona  fallecida,  impresos  en  la Sustancia Áurica,  los  que  suministran  al  Alma  Humana  lo  suficiente  de  los  elementos  Espirituales de la ex-personalidad, lo que le permite todavía creerse en el cuerpo del que acaba de separarse, y recibir su fruto, durante un período más o menos prolongado de «gestación espiritual». Para el Devachán es una «gestación espiritual», un estado ideal subjetivo dentro de  la  matriz,  que  termina  en  el  nuevo  nacimiento  del  Ego  en  el  mundo  de  los  efectos,  que  precede  a  su  nacimiento  terreno  –que  se  determinará  por  su  mal  Karma–,  en  el  mundo  de  las  causas  (NOTA:  Aquí,  el  mundo  de  los  efectos  es  el  estado  Devachánico,  y  el  mundo  de  las Causas, la vida de la tierra. FINAL NOTA). (2) En el segundo caso, el de suministrar el Kâma-Rûpa para que el fantasma o espectro de la Entidad, echo a partir de la escoria animal de la envoltura áurica, con su registro kármico de todos los días de la vida animal, tan llena de  deseos  y  aspiraciones  egoístas  de  tipo  animal  a  que  se  presta  (NOTA:  Y  es  esto  por  sí  solo  el  Kâma-Rûpa  que  puede  materializarse  en  sesiones  de  espiritismo,  mediumnístico,  y  de vez en cuando lo hace, cuando no es el doble astral o Linga-Sharîra, del mismo médium el  que  aparece.  Por  lo  tanto,  ¿cómo  puede  este  conjunto  de  viles  pasiones  morales  y  deseos  terrenales,  resucitados  para  obtener,  y  sólo  a  través  de  la  conciencia,  y  del  organismo  del  médium, ser aceptado como un «ángel» o el espíritu de un cuerpo una vez humano? Valdría tanto como diputar por ángeles buenos a los microbios de la peste. FINAL NOTA). Ahora, el Linga-Sharîra permanece con el Cuerpo Físico, y se desvanece junto con él. Una entidad astral  nueva,  tiene  que  ser  creada  (un  nuevo  Linga-Sharîra  incluido)  para  convertirse  en  el  portador de todos los Tânhâs del pasado y futuro Karma. ¿Cómo se logra esto? El médium «asusta», al «ángel» que nos abandonó, se desvanece y desaparece también a su vez como una entidad o imagen completa de la personalidad que fue y los registros en el mundo de los efectos Kâmalokicos sólo los registros de sus fechorías y los pensamientos y actos pecaminosos, conocidos  en  la  fraseología  de  los  Ocultistas  como  Tânihicos  o  humanos  «Elementales»  (NOTA:  Esto  se  logra  en  el  tiempo,  de  acuerdo  al  grado  más  o  menos  espiritual  o  material  de la personalidad (cuyos sedimentos son en la actualidad). Si la espiritualidad se impuso, la Larva, el «fantasma», se desvanecerá muy pronto, pero si era muy materialista, el Kâma-Rûpa puede  durar  siglos,  e  incluso  sobrevivir  con  la  ayuda  de  algunos  de  sus  Skandhas  dispersos,  que son todos transformados con el tiempo en Elementos. Ver La Clave de la Teosofía, pp. 141 y ss., en la que es imposible entrar en detalles, pero donde se habla de que los Skandhas son  gérmenes de efectos Kármicos. FINAL NOTA).  Son estos los elementales que, al entrar en la composición de la «forma astral» del nuevo órgano, en el que el Ego, en su abandono del estado Devachánico, se introducen de acuerdo a el decreto Karmico, la forma en que la nueva entidad astral nace dentro de la envoltura áurica, y del que se dice a menudo «Karma, con su ejército de Skandhas, espera en el umbral del Devachan» (NOTA: La Clave de la Teosofía, p. 141. FINAL NOTA). Pero apenas termina el estado Devachánico de recompensa, el Ego está indisolublemente unido a (o más bien sigue en la vida de) la nueva Forma Astral. Ambos Kármicamente  impulsados  hacia  la  familia  o  la  mujer  de  la  que  va  a  nacer  el  niño  animal escogido  por  el  Karma  para  convertirse  en  el  vehículo  del  Ego,  que  acaba  de  despertar  del  estado Devachánico. A continuación, la nueva Forma Astral, compuesta en parte de la pura Esencia Âkâsica del «Huevo Áurico», y parte de los elementos terrestres de los pecados y delitos punibles en la última Personalidad, es atraído hacia la mujer. Una vez allí, la Naturaleza modela  el  feto  de  carne  alrededor,  según  el  patrón  del  etéreo,  valiéndose  de  los  materiales  en  desarrollo  de  la  semilla  del  hombre  en  el  suelo  femenino.  Así  surge,  de  la  esencia  de  una  semilla descompuesta, el fruto o eidolon de la semilla muerta, fruto físico que produce a su vez dentro de sí otra y otra semilla para la futura planta (3)Y ahora podemos volver a los Tattvas, y ver lo que significan en la Naturaleza y en el hombre, mostrando así el gran peligro de caer con el Yoga en la fantasía de aficionados, sin saber lo que están haciendo.

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H.P.Blavatsky

Astrología esotérica

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La Astrología Primitiva estaba muy lejos y por encima de la moderna Astrología judicial, así llamada, pues los guías (los Planetas y los signos Zodiacales) están por encima de los postes de luz. Berosus muestra la soberanía sideral de Bel y Mylitta (Sol y Luna), y solo «los doce señores de los Dioses Zodiacales» los «treinta y seis Dioses Consejeros» y las «veinticuatro Estrellas,  jueces  de  éste  mundo»,  que  soportan  y  guían  el  Universo  (nuestro  sistema  solar),  vigilan a los mortales y revelan a la humanidad su destino y sus propios decretos. La Astrología Judicial como se le conoce ahora, es correctamente y denominada por la Iglesia Latina como todo  estudiante  de  Ocultismo  sabe  que  los  cuerpos  celestiales  están  cercanamente  relacionados durante cada Manvantara con la humanidad de ese ciclo especial; y hay algunos que  creen  que  todo  gran  personaje  nacido  durante  ese  periodo  tiene  –como  todo  otro  mortal tiene, solo en un grado mucho más fuerte– su destino delineado dentro de su propia constelación o estrella, trazado como una profecía propia, una anticipada autobiografía, por el  Espíritu  que  habita  en  el  interior  de  esa  estrella  en  particular.  La  Mónada  humana  en  su  primer principio es ese Espíritu, o el Alma de esa estrella (Planeta) mismo. Como nuestro Sol irradia su luz y rayos sobre todo cuerpo en el espacio dentro de los límites de su sistema, así el  Regente  de  cada  Planeta-estrella,  el  Progenitor-mónada,  dispara  de  sí  mismo  la  Mónada  de todo «peregrino» Alma nacida bajo su casa dentro de su propio grupo. Los Regentes son esotéricamente  siete,  ya  sea  en  los  Sefirotes,  los  «Ángeles  de  la  Presencia»,  los  rishis,  o  los  Amshaspends. «El Uno no es un número» es dicho en todas las obras esotéricas. De  los  Kasdim  y  Gazzim  (Astrólogos)  la  antigua  noble  ciencia  pasó  a  los  Khartumim  Asaphim  (o  Teólogos)  y  los  Hakamim  (o  científicos,  los  Magos  de  la  clase  más  baja),  y  de  aquí  a  los  Judíos  durante  su  cautiverio.

Los  Libros  de  Moisés  han  sido  enterrados  en  el  olvido por siglos, y cuando fueron redescubiertos por Hilkiah habían perdido su verdadero sentido para el pueblo de Israel. La Primitiva Astrología Oculta estaba en decadencia cuando Daniel, el último de los Judíos Iniciados de la vieja escuela, se convirtió en el jefe de los Magi y Astrólogos de Caldea. En aquéllos días incluso Egipto, que tenía su sabiduría de la misma fuente como Babilonia, había degenerado de su antigua grandeza, y su gloria había empezado a  desvanecerse.  Todavía,  la  ciencia  de  la  antigüedad  había  dejado  su  eterna  impresión  sobre  el mundo, y los siete grandes Dioses Primitivos reinaron por siempre en la Astrología y en la división del tiempo de toda nación sobre la faz de la tierra. Los nombres de los días de nuestra semana (Cristiana) son los de los Dioses de los Caldeos, quienes los tradujeron de los de los Arios;  la  uniformidad  de  estos  nombres  antidiluvianos  en  toda  nación,  de  los  Goths  hasta  los  Indios,  permanecería  inexplicable,  como  Sir.  W.  Jones  pensó,  no  había  sido  explicado  el  rompecabezas  a  nosotros  por  la  invitación  hecha  por  los  oráculos  Caldeos,  registrado  por  Porfirio y citado por Eusebio Esto  es  ligeramente  erróneo.  Grecia  no  recibió  su  instrucción  astrológica  de  Egipto  o  de  Caldea, sino directamente de Orfeo, como Luciano nos dice ( NOTA : Peri tes astrologies, 11. FINAL NOTA). Fue Orfeo, como él dice, quien impartió las Ciencias Indias a prácticamente todos los grandes monarcas de la antigüedad; y fueron ellos, los antiguos reyes favorecidos por los Dioses Planetarios, quienes registraron los principios de la Astrología –como Ptolomeo hizo, por ejemplo. Así Lucio escribe: El Boeotian Tiresias adquirió la gran reputación en el arte de predecir el futuro... En aquéllos días  la  adivinación  no  era  tratada  a  la  ligera  como  es  ahora;  y  nada  fue  nunca  emprendido  sin  consultar primero a los adivinos, de quienes sus oráculos eran todos dirigidos por la astrología... En Delfos la virgen comisionada a anunciar el futuro era el símbolo de la Virgen Celestial... y Nuestra Señora. Sobre los sarcófagos de un Faraón Egipcio, Neith, madre de Ra, la vaquilla que trae al Sol, su  cuerpo  salpicado  de  estrellas,  y  vistiendo  los  discos  solar  y  lunar,  es  igualmente  referida  como la «Virgen Celestial» y «Nuestra Señora de la Bóveda Estrellada». La Astrología Moderna judicial en su forma actual empezó solo durante el tiempo de Diodoro, como él informa al mundo ( N O TA : Biblioteca Histórica, Lib. II. FINAL NOTA). Pero se creyó en la Astrología Caldea por la mayoría de los grandes hombres en la Historia, tales como  Cesar,  Plinio,  Cicerón  –de  quienes  sus  mejores  amigos,  Nigidius  Figulus  y  Firmanus  Tarutius,  eran  ellos  mismos  Astrólogos,  el  anterior  siendo  famoso  como  un  profeta.  Marco  Antonio nunca viajó sin un Astrólogo recomendado a él por Cleopatra. Augusto, cuando ascendió al trono, tenía su horóscopo dibujado por Teógenes. Tiberio descubrió aspirantes a su trono por medio de la Astrología y la adivinación. Vitelio se atrevió a no exiliar a los Caldeos, ya que habían anunciado el día de su destierro así como el de su muerte. Vespasiano los consultó diariamente; Domiciano no se movía sin ser aconsejado por los profetas; Adriano mismo fue un docto Astrólogo; y todos ellos, terminando con Juliano (llamado el Apostata porque él no se convertiría en uno), creyeron en, y dirigieron sus plegarias a, los «Dioses» Planetarios. El Emperador Adriano ( NOTA : Deletreo alternativo: Hadrian. FINAL NOTA), además, «predijo de las Calendas de Enero a Diciembre 31, todo evento que le pasó a él diariamente». Bajo  los  más  sabios  emperadores  Roma  tuvo  una  escuela  de  Astrología,  en  donde  secretamente  se  enseñaron  las  ocultas  influencias  del  Sol,  Luna,  y  Saturno.  (NOTA:  Todos  estos particulares pueden ser encontrados más completos en el Egipto Moderno de Champo-llion-Figeac, p. 101. FINAL NOTA) La Astrología Judicial es usada hasta estos días por los Kabalistas; y Éliphas Lévi, el moderno Magus Francés, enseña sus rudimentos en su Dogma y Ritual de la Alta Magia. Pero la llave para la Astrología ceremonial y ritualística, con los teraphim y los urim y thummim de la Magia, está pérdida para Europa. Por lo tanto nuestro siglo de Materialismo se encoge de hombros y ve en la Astrología a un hipócrita. No todos los científicos se mofan de ello, sin embargo, y uno puede regocijarse al leer en el Musée des Sciences las sugestivas y justas observaciones hechas por Le Couturier, un hombre de  ciencia  de  no  mala  reputación.  Él  piensa,  es  curioso  notar,  que  mientras  las  atrevidas  especulaciones de Demócrito son encontradas justificadas por Dalton,...los  ensueños  de  los  alquimistas  están  además  en  camino  de  cierta  rehabilitación.  Ellos  recibieron  vida  renovada  de  las  minuciosas  investigaciones  de  sus  sucesores,  los  químicos;  una cosa muy remarcable de hecho es ver cuánto los descubrimientos modernos han servido a justificar, últimamente, las teorías de la Edad Media del cargo de absurdas colocado a su puerta. Así, si, como ha demostrado el Cnel. Sabine, la dirección de una pieza de metal, colgada unos cuantos pies por encima del suelo, puede ser influenciada por la posición de la luna, de quien su cuerpo está a una distancia de 240.000 millas de nuestro planeta, quién podría entonces acusar de extravagancia la creencia de los antiguos astrólogos [o modernos, también] en la influencia de las estrellas sobre el destino humano (NOTA: Le Musée des sciences, p. 230, como lo cita de Mirville, Des Esprits IV, 85-86. FINAL NOTA).

H.P.Blavatsky

EL DESPERTAR DEL ALMA Y LA LIBERTAD


El estudio de la historia indica que los Adeptos rara vez intervienen en el libre albedrío del hombre. Ellos los inspiran pero no lo obliganSu desenvolvimiento debe ser el resultado de su propio esfuerzo y realizaciones, sus propias experiencias y sus propios errores; pues que solamente así puede el hombre evolucionar hacia el Adeptado.

Por trágico e injusto que parezca el padecimiento causado por el error, el hombre es un ser libre en el cosmos y, aparte del funcionamiento de ciertas leyes naturales, inclusive la del karma, libre debe permanecer. Los Rishis han dado evidencia de Su respeto a esa libertad aun cuando la vean mal empleada y en camino de producir desastre, sabiendo sin duda que Su propio Adeptado no habría sido logrado de otro modo. Debe suponerse también que Ellos saben que el servicio compensatorio a los que son víctimas de la crueldad con el tiempo ha de equilibrar la balanza de la justicia por muy inclinada que ella éste a un lado durante algún tiempo. Este principio de respeto a la libertad evidentemente gobierna todas las relaciones entre los Adeptos y los hombres y se aplica asimismo a la conducta humana sea ella benéfica o maléfica. Es evidente que sobre todo, el hombre debe ser libre.


No obstante, los Mahatmas no dejan sin ayuda o sin advertencia a la humanidad respecto del caprichoso descenso hacia la transgresión  o a la agonía que proviene del error. Al contrario. Sin interrupción, a lo largo de millares de siglos han hecho, y hacen todavía, toda contribución posible que este en Su poder para reducir las causas originales de los padecimientos humanos en el planeta. La revelación del Señor Buda de las Cuatro Verdades y el Noble Sendero Octuple son un modelo de ese servicio como ejemplo y precepto. La inculcación de viva voz y en virtud de la vida del amor fraternal y el sacrificio de sí mismo del Señor Cristo constituyen otro ejemplo. El trabajo de la Fraternidad de Adeptos ni cesa ni disminuye de edad en edad. Movidos como son sus miembros por verdadera compasión divina, todos sus trabajos en pro del hombre contribuyen a la disminución y finalmente a la eliminación de la crueldad que tan a menudo el hombre inflige a sus hermanos los hombres y los animales, y de la reacción inevitable que ella trae sobre él. 

Algunos de Ellos aparecen personalmente como instructores Mundiales y otros como Gurús. Ellos inundan el alma de los hombres con poder espiritual, luz y amor. Ellos dirigen influencias espiritualizadoras a la mente mundial. Ellos guían e inspiran a individuos y grupos receptivos; empero con libertad de acción física, sólo muy rara vez intervienen.

El Bodhisattva que como Instructor Espiritual aparece entre los hombres de edad en edad, con una voz enseña la unidad de la vida y la ley de causa y efecto, enaltece el amor compasivo como una de las más grandes virtudes humanas y la senda más segura de la felicidad.  Adeptos, Iniciados, discípulos, santos, videntes y filósofos por medio del precepto y el ejemplo enseñan esas doctrinas sin cesar. Algunos individuos responden, pero la mayor parte de los hombres pone muy poca atención. A pesar de todo, no debe emplearse la fuerza, la libertad humana, aun cuando se la mal emplee, es sagrada, este es principio que gobierna la obra de los Adeptos en este planeta.


El trabajo de entrenar discípulos y el de dirigir a hombres y mujeres a lo largo del Sendero de rápido desenvolvimiento para alcanzar el Adeptado, tiene también como su propósito y resultado la disminución del mal y el padecimiento en el mundo. Sobre todas las cosas, el mundo necesita discípulos, sea de un Adepto Gurú o de una idea sublime.


En vista de la revelación de las horrendas crueldades infligidas durante las guerras, se hace irresistible una llamada al sentimiento humano individual y a la necesidad de una cruzada en pro del sentido de humanidad.

Los terribles efectos de la proverbial inhumanidad del hombre para el hombre y del hombre para los animales han de verse claramente en este siglo. El "tremendo reajuste de la ley" toma la forma de grandes y pequeñas guerras, de continuas y aun inevitables amenazas de guerra y de la siempre creciente suma de enfermedades y otros desastres que afligen al hombre.

Existe un método único para romper el ciclo kármico, y parece ser no la intervención de los Rishis sino la acción del hombre.  Solamente la adopción y la ratificación de parte de la humanidad del principio de AHIMSA o sea no hacer el mal, es lo único que puede detener el generar aun mayor adversidad. El hombre debe abolir la crueldad así como está tratando de abolir la guerra.



fragmentos de: Geoffrey Hodson
"El Despertar del Alma"

EL PRINCIPIO DIVINO

La  contestación  es  difícil  de  comprender,  a  menos  de  conocer   bien   la   metafísica filosófica de una serie sin principio ni fin de Renacimientos Cósmicos,y de  posesionarse bien  y  familiarizarse  con  esa  ley  inmutable  de  la  Naturaleza  que  es  el  MOVIMIENTO ETERNO,  cíclico  y  espiral,  y  por  tanto,  progresivo,  aun  en  su  aparente   retroceso.   El principio Divino único, el AQUELLO innombrable de los Vedas, es  el  Total  Universal,  el cual   no   puede    estar   en   “Absoluto   Reposo”,   ni   en  sus   aspectos   y   emanaciones espirituales  ni  en  sus  Átomos  físicos,  excepto  en  las  Noches  de  Brahmâ.  De  aquí también que los “Primogénitos” los constituyen aquellos  que  son  los  primeros puestos en movimiento al principio de un Manvantara, y,  por  tanto,  los  primeros  en  caer  en  las esferas inferiores de la materialidad. Los  llamados  en  la  Teología  los  “Tronos”,  que  son el “Asiento  de  Dios”,  deben  ser  los  primeros  hombres  que encarnan  en  la  Tierra;  y  se hace  comprensible,  si  tenemos  en  cuenta  la  serie  sin  fin  de  pasados  Manvantaras,  que el último tenía que venir el primero, y el primero el último. Vemos, en una palabra, que los Ángeles superiores habían  atravesado,  innumerables evos  antes,  los   “Siete Círculos”, arrebatándoles así el Fuego Sagrado; esto significa, en claras palabras,  que  se habían  asimilado  en  pasadas  encarnaciones, tanto   en   Mundos   inferiores como   en superiores, toda  la  sabiduría  de  los  mismos:  la  reflexión  de  MAHAT  en  sus  diversos grados de intensidad. 

Ningún Ser,  ya  sea angélico  o  humano,  puede  alcanzar  el  estado de  Nirvâna,  o  de  pureza  absoluta, sino  por  medio  de   evos   de  sufrimiento  y  del conocimiento del  MAL  así  como  del  bien,  toda  vez  que  de  otro   modo   el  último permanecería incomprensible. Entre   el   hombre   y   el   animal –cuyas   Mónadas,   o  Jîvas,   son  fundamentalmente idénticas–  existe  el  abismo  infranqueable  de  la  Mentalidad  y  de  la  conciencia  de  sí mismo. ¿Qué es  la mente humana  en  su  aspecto  superior?  ¿ De  dónde  procede, si  no es  una  parte  de  la  esencia  –y  en  algunos  casos  raros  la  encarnación,  la  esencia  misma –de un Ser superior; de un Ser de  un plano  superior  y  divino?  ¿ Puede  el  hombre  –Dios con forma animal– ser producto de la Naturaleza  Material  sólo  por  la  evolución,  como sucede con el animal (que difiere del hombre en la forma externa, pero  en  modo  alguno en los materiales de su constitución física, y el cual está animado por la misma Mónada aunque sin desarrollo), cuando  se  ve que  las  potencias  intelectuales  de  ambos  difieren como el sol difiere del gusano de luz?  ¿Y  qué  es  lo  que  ocasiona  semejante diferencia, a menos que el hombre sea un animal más un Dios viviente dentro de  su corteza física? Detengámonos y hagámonos  seriamente  la  pregunta,  sin   tener en  cuenta  las vaguedades y sofismas de las ciencias materialistas y psicológicas  modernas."


Doctrina Secreta-fragmentos
H.P. BLAVATSKY

Los Griales de los cielos

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El mundo de la cuarta dimensión, que diría un matemático moderno, abrió de par en par al neófito Ginés las puertas de su sideral misterio. Las paredes de la celda iniciática se alejaron y desvanecieron, e igualmente el recinto entero del monasterio sanjuanista, dejando su puesto a un como tupido bosque de robles. El bosque se abrió después un tanto en praderías deliciosas que a la luz de la luna llena del solsticio más parecían obscuro lago de misterio en cuyas orillas se desarrollara siglos antes la leyenda céltica de «el nieto del rey, hijo de la hija sin marido», de la que se habló al principio La tormenta del día anterior había dejado mojado el suelo, y por sobre el lago de verdura flotaban tenues jirones de niebla que el viento del Norte llevaba hacia la sierra, cual la barquilla del lago de las tres reinas de la isla de Avilion caballeresca, remedando personajes de misterio, reyes y reinas, monjes y caballeros escapados unas horas a sus tumbas para poner a prueba al temerario joven que se atrevía a franquear impávido aquellos parajes en la noche augusta aquella, precursora de las del solsticio. El viento, agitando las hojas de la fronda, hacía centellear a la luz del plenilunio las gotas de lluvia como otras tantas lucecitas de superliminal y pavorosa fosforescencia, fuegos fatuos gemelos de los de los cementerios y de las luciérnagas de los matorrales, como aquellas que al Lirio de Asiolat—la «Blanca-Flor» bretona—alumbraban en su encantada barquilla, féretro llevado por las aguas astrales de aquel fantástico lago con rumbos desconocidos para los mortales desprovistos del don trascendente de la clarividencia. Todos los crueles fantasmas de «La noche de Ánimas», de la inmortal leyenda de Bécker, se entremezclaban en la mente de Ginés a mil reminiscencias, ya que no realidades, de los libros caballerescos, con no pocos matices de cosas harto admirables que se leen en el Evangelio. ¿Eran delirios derivados del febril estado del joven, o cosas efectivas y ciertas del mundo hiperfísico, cosas que no puede ver la salud y sí la enfermedad o la muerte? Para nosotros la una y la otra hipótesis son igualmente ciertas, pues que los llamados delirios en lo físico no son sino verdades, seres, mundos de otra «dimensión», de otro orden, para cuya percepción es indispensable la llamada anormalidad orgánica, a la manera como para fotografiar los objetos que vemos a plena luz es precisa la cámara obscura y sus tinieblas. Ginés, al par que veía todo esto en panoramas de indescriptibles lejanías, se sentía llevado dulcemente en su lecho-féretro como en oscilante barquilla, hasta que la Voz del Maestro y su garra poderosa le alzaron de éste al fin. Pero cuando quiso seguir al Maestro caminando sobre aquellas aguas sin fondo, sintió que su planta vacilante se hundía en ellas y gritó como los pescadores discípulos de Jesús aquella vez en que, tras el célebre milagro de los panes y los peces, él les dejó aparentemente abandonados en el barco, en el mar de Tiberiades (I)

Y el Maestro, que nunca le había abandonado, se hizo visible al fin en toda su grandeza trascendente, tan admirablemente descrita por Bulwer Litton cuando nos presenta al mago Zanoni saliendo de los propios fuegos del Vesubio ante los ojos espantados de Glyndon, el inglés escéptico.

Y el Guía—que no era otro sino su tío el orive desaparecido—le tendió la mano y le afirmó en sus pasos vacilantes sobre las ondas procelosas del lago aquél, llevándole hasta un templo espléndido, entre cuyas luces, aromas y música de seres invisibles, cual el palacio encantado de la Psiquis de Apuleyo, Ginés halló no sólo la anhelada y merecida calma, sino una lucidez mental tan grande que todas las cosas, el pasado, el presente y el futuro todo de la Tierra y del Hombre, era por él visto como quien lee en un libro abierto: ¡el libro del Karma o del Destino, registrado por la Luz Astral bajo la dirección de sapientísimas Entidades excelsas!...

Algo semejante, sin duda, debió ser aquel supremo momento descrito por el único manuscrito conocido de la versión castellana del Lancelot del Lac y que Bonilla San Martín nos reproduce en el apéndice de sus «Leyendas españolas de Wágner», ya arriba citadas, pero descartando, por supuesto, el vulgar positivismo del relato con el que se oculta en aquella versión la enorme trascendencia de la escena iniciática acaecida al héroe don Lanzarote al descubrir, al fin, el sepulcro de Galaz y que se nos narra allí. No había, efectivamente, en aquel momento iniciático de Ginés de Lara doncella alguna del «Gran Linaje», hija del fundador del monasterio, acompañándole, ni más «orne bueno» que el propio Maestro-Guía, quien le condujo hasta el Sancta-Santorum o Adytia de aquel templo, donde el neófito halló, en el centro de una riquísima estancia de mármol, un sepulcro suntuoso, herméticamente cerrado, y cuya pesada tapa levantó fácilmente con sus manos Ginés obedeciendo al Maestro, y vio en el sepulcro, con gran sorpresa suya, a su propio cuerpo físico, del que su doble, astral y errático por el fantástico lago, se había separado (1). Cosa análoga vista por Cicerón en los Misterios de Eleusis, se dice, la hizo enseñar luego a sus conciudadanos, que «desde aquel día ya no temía a la muerte», por cuanto había adquirido, sin duda, la conciencia plena de la supervivencia del cuerpo astral, mientras que su contraparte física yacía en la tumba, es decir, en el sepulcro iniciático, como Ginesito...  astros luminosos o soles, de los que dependen como el hijo de la madre, o el árbol de la tierra que le sustenta y el misterio también de lo que es limitado, pobre y obscuro frente a lo augusto y luminoso. 

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La Luz Sideral de cabalistas y rosacruces, continuó diciendo el Guía, la Luz Eterna del Padre-Madre-Espacio, emite vibraciones de orden trascendente que no pueden ser percibidas por los ojos físicos, aunque sí por los astrales y es reflejada en los millones de soles que brillan en el firmamento; «reflejada» decimos, aunque a nosotros nos parezca «luz propia» de cada uno de ellos. El rayo luminoso del respectivo sol incide vital sobre las verdaderas cohortes de planetas obscuros que pululan en torno de él, y este, por supuesto, es el caso de nuestro propio astro del día con todos y cada uno de los planetas de su sistema. Un planeta es así una «casa de devoción», una de las infinitas «moradas del Padre Celestial», como reza el Evangelio de San Mateo; pero ¡ay! que semejantes casas, por culpa de esa misma opacidad y falta de propia luz vital, tienen eternamente, en un plano ya inferior al de los soles, una parte iluminada (la del hemisferio que mira hacia su respectivo sol) y otra parte tenebrosa (la del opuesto hemisferio). Claro es que con las rotaciones que tienen en sí los astros sobre su eje como una consecuencia mecánica de su propia traslación en torno de su sol, los respectivos países de sus superficies alternan cada día en eso de pertenecer al hemisferio de luz o al de tinieblas. Pero siempre, detrás del planeta se proyecta eternamente en el espacio un cono fijo de sombra, fijo, se entiende, para la rotación ya que no para la traslación, un verdadero cucurucho de eternas negruras, remedado aquí abajo por el clásico cucurucho negro y largo de los astrólogos, un efectivo «cáliz de dolor» cuya copa de obscuridad o noche tiene un contorno, un cono truncado e inverso de penumbras, formado, como saben los matemáticos, por el haz de rayos solares tangentes interiormente a los dos astros, mientras que los rayos que sean tangentes comunes exteriores a entrambos demarcan el antedicho cono de la sombra perpetua y absoluta que produce los eclipses.

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Los seres de lo etéreo o de lo astral que permanecer puedan en dicho cono tienen una noche constante, sin llegar a ver jamás al astro del día; yacen, por decirlo así, en un abismo «inferior», o «infierno», al tenor de la pura etimología latina y al modo como yacerían en su noche de seis meses los habitantes de los polos, si los hubiese. Si la luz es la alegría, su dolor es eterno; si la luz es vida, la muerte o la atonía es su lote inevitable, y las religiones vulgares que pusiesen su mentido infierno de torturas hacia el centro del planeta, bien pudieron considerar como un purgatorio al menos a semejante cono o «cáliz», que es a la vez «monte santo» si se le mira por fuera, pues que en su falda o superficie toda reina constantemente un como crepúsculo o aurora, y en su cúspide el astro luminoso deja ya de ser eclipsado totalmente por el planeta obscuro, según al pormenor puede verse en los Tratados de Astronomía. El cono dicho es, en fin, una región abismal en la que el éter planetario no vibra con las vibraciones de la luz sino con las de las tinieblas, y que está literalmente tapada con una efectiva «piedras, o sea la masa opaca hestia u «hostia» del planeta, cosa, dicho sea de paso, que justifica al par cuantas versiones se han dado en el mito acerca de la verdadera naturaleza de semejante Emblema.

Los paganos iniciados, como los diversos sacerdotes de las viejas religiones de Oriente, sabían todo esto, y cada uno, según su peculiar manera de traducir el gran Emblema a la respectiva religión vulgar que profesara, hizo, digámoslo así, un cáliz terrestre o humano con arreglo a otras claves y en simbólico recuerdo de aquel magno Cáliz celeste. Así vemos figurar en las iniciaciones y sacrificios la copa Manti y la copa Sukra (el Grial lunar y el Grial terrestre hindúes); la copa del Maná, y, en general, la de todos los sacrificios. Por ello el Grial hubo de tomar también forma cristiana, a base de la Hostia de Pan y del vino del Cáliz consagrados por Jesús en la última Cena, y en esta nueva acepción simbólica es como ha llegado hasta nosotros, merced tanto a los Libros de Caballería cuanto a esa constante influencia cristianizadora ejercida por las Abadías medioevales sobre todos cuantos mitos nos legase la sabia antigüedad . con algo extrahumano e indefinible, y, merced a ello, los dos viajeros que allí arribaran guiados por la Mano poderosa del Destino se sentían otros seres, tocados de la sublime majestad de lo que no puede explicarse el hombre. El trono de nubes de oro en el que acababa de hundirse el sol iba tomando sucesivamente todas las coloraciones del iris con paleta mística que en vano podría ser imitada por artista alguno. Venus, el planeta misterioso hermano mayor de la Tierra, brillaba ya con excepcional esplendor en el borde mismo del trono soberano de las nubes, y por el opuesto lado la luna en su plenilunio alzaba ya su redonda e inexpresiva faz por las alturas de la enhiesta sierra en otro trono de plateadas y cloróticas nubes que hacía gran contraste con el anterior del Sol. El céfiro era vagamente musical en su insonoro silencio por entre las copas de los pinos y  arrancando a ellas aromas de vida que en una paz perfecta resucitaban en los pechos de los viajeros la felicidad de la juventud. Las aves se recogían cantando en la espesura de la selva y los arroyos transparentes reforzaban con el ruido de sus cascadas el fa mágico de la Naturaleza primitiva, aún no profanada por las desarmonías físicas, intelectuales y morales de los hombres pecadores. Era, en fin, aquel increíble lugar uno de esos raros sitios de los que H. P. B. dijese: «La Naturaleza tiene lugares extraños para sus escogidos, y lejos, muy lejos de la Humanidad vulgar aún hay sitios donde el hombre puro puede adorar a la Divinidad tal como sus primeros padres lo hacían», esto es, comunicándose filialmente con la Deidad Desconocida y Abstracta, sin Nombre y sin culto, y a través de los astros.


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Avanzando por una pradería florida, con la solemnidad y respeto de quienes penetran en un Templo de templos, el Guía y el guiado llegaron a una explanada verdaderamente indescriptible, en la que parecían haberse dado cita todas las bellezas terrestres, o más bien las paganas de los Campos Elíseos—campos de Helios o de la gente solar—que los clásicos romanos nos describen. Allí las tintas postrimeras del crepúsculo, fundidas ya en las argentadas de la luna, parecían ceder el paso a otra luz más excelsa, la fosforescente Luz Astral de los cabalistas, transformando de modo indecible las apariencias de las cosas y como dándolas a todas una vida superior en la que aguas, tierra, árboles y cielo adquirían unos tintes desconocidos para nuestros ojos, bien fuese porque los paisajes son los propios estados de alma de quienes los contemplan, bien porque bajo aquellos efluvios de mágica iluminación las realidades físicas conocidas tomasen caracteres hiperfísicos jamás soñados por la inspiración del artista.

En el centro de la explanada se extendía un lago diáfano, apenas rizado por la tenue brisa, y allende del lago un templo de mármol luminoso, que más bien pareciera de cristal por sus raras transparencias. Ginés hubo de notar, no sin asombro, que de la mano de su Guía podía caminar sobre ¡as aguas como hubiese caminado por sobre grueso hielo hasta llegar al pie de la regia escalinata por la que los viajeros, extáticos y asombrados, consiguieron subir prontamente al templo, mejor dicho, a la dilatada terraza donde un numeroso grupo de caballeros—todos en plena edad viril, vestidos de hermosas túnicas y revestidos de blanquísimas capas templarías con la paloma del Grial bordada en rojo y oro en ellas—que fraternales les recibieron en sus brazos.

La terraza del templo dominaba como una acrópolis al ámbito del sacro pinar y las iríseas cuarcitas, dilatado anfiteatro montañoso o «concha» que del mundo ignaro los separase. Desde ella el constelado firmamento podía ser contemplado como antaño en los templos atlantes, aquellos hoy sepultados templos añorados por la poesía de Maeterlink, desde los que Asura-maya, el astrónomo primitivo discípulo de Narada, hiciese las observaciones previas para descubrir sus ciclos cronológicos de millares de años, enseñándoselas luego a sus discípulos a la luz de la luna, cual hoy la practican sus sucesores.
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Porque conviene no olvidar que arios y caldeos primitivos no adoraban a la Madre-Naturaleza o Diosa Isis en otro templo que en su propio templo natural, templo cuyo pavimento eran las praderas floridas, sus paredes los taludes de las montañas y su bóveda la inmensa bóveda de los cielos, donde alternaban en solemnes turnos y cual inextinguibles lámparas el sol, la luna, los planetas y las estrellas. Si ellos, por acaso, alzaban un templo, más bien que para en él hacer estrechos cultos, le destinaban a vivienda o biblioteca, si es que no tenían a mano alguna de esas criptas naturales...

Por una de esas coincidencias poco explicables, a las que llaman «casualidades» los profanos, el incorporarse los recién-Ilegados al maravilloso grupo de aquellos inmortales freires de otros días en el mundo, coincidía con uno de los fenómenos más hermosos de cuantos presentan los cielos; es a saber: un eclipse de luna, que en aquellos instantes iba a comenzar.

Diríase que el neófito Ginés de Lara iba a recibir así, a su llegada misma, una lección práctica acerca de los Griales de los cielos, prototipo de los Griales de la tierra, y que la fecha de su entrada en la Orden Eterna iba  a ser registrada, como tantas otras grandes fechas, por un eclipse total del astro de las noches.

Absortos en la mística contemplación del fenómeno nadie decía una palabra, porque los momentos más hondos de la vida suelen ser también los más silenciosos. Todos parecían tener una sola emoción y un solo pensamiento: el de compenetrarse de tal modo con la sublimidad del fenómeno como si astros y no hombres fuesen. Nada de secos cálculos matemáticos, por las sabias intuiciones de los freires superados ya; nada de lo que llamamos aquí abajo, en nuestro pudridero, «ciencia pura», acaso precisamente porque no lo es si no está previamente purificada por la emoción del amor, que hace una cosa misma del observador y de lo observado.

A medida, pues, que el dentellado cono de sombra, mejor dicho el Grial de terrestres penumbras, iba mordiendo en el argentado disco del satélite, la poderosa imaginación creadora de aquellos astrónomos-teósofos, ya documentada por estudios anteriores, les iba señalando qué montañas eran aquellas que unas tras otras producían tales sombras por hallarse a la sazón con el sol en el borde de su horizonte. Así el más calificado de los observadores le fué diciendo a Ginés los nombres de dichas montañas, cuyas sombras se recortaban sobre el disco, dentellándole. La mayor parte parece ser eran de las Montañas Rocosas y los picos Andinos.

Otro de los freires hizo saber, lleno de científica unción, al neófito que los eclipses de sol y de luna tienen un alcance místico, insospechado aún por nuestra ciencia, por ser los momentos predilectos para lo que pudiera ser llamado «cambio de influencias entre la Luna y la Tierra». —¡Las aguas primievales; los núcleos astrales de las semillas de plantas y árboles, y hasta el germen mismo de animales y hombres primeros, los «pitris lunares» de las teogonias, vinieron así desde la Luna a la Tierra en los últimos días de la vitalidad de aquel astro hoy muerto y, sin embargo, vivo!—dijo uno de los hermanos a Ginés.
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Y otro hermano añadió:
—Porque conviene no olvides, hermano mío, cómo se suceden en nuestra tierra los eclipses. No hay año en que se verifiquen menos de dos ni más de siete. En el año en que no hay más que dos eclipses, los dos son de sol, y se da la paradoja de que de los setenta eclipses de cada ciclo de diez y nueve años en que los dichos fenómenos se reproducen aproximadamente, veintinueve son de Luna y cuarenta y uno de Sol, de Tierra, mejor dicho. Pero aunque estos últimos, como ves, sean más frecuentes que aquellos para la Tierra en general, son felizmente de extremada rareza para cada uno de los lugares, porque el Grial o cono de sombra pura de la Luna apenas si roza con la superficie terrestre por su cúspide, mientras que en eclipses de Luna, como el de ahora, el satélite se sumerge simplemente en el cono penumbral o segundo Grial de la Tierra, y queda así eclipsado para cuantos terrícolas tienen a la luna sobre el horizonte, o sea más de la mitad de la superficie del planeta. —Y has de notar, hijo mío—observó un tercero—, que en cada eclipse de sol que se reproduce durante múltiples ciclos lunares de diez y nueve años, la fatídica sombra lunar, cuyos astrales misterios del pasado produce en los seres vivientes los fenómenos como de muerte o de espanto que ya conoces, va, por así decirlo, operando un verdadero traceado sobre la Tierra, y así, en el decurso de varios siglos, el mismo eclipse que en cierto año comienza a perfilar su sombra por el casquete boreal, sigue luego por la zona templada inmediata, prosigue por la ecuatorial, y acaba, tras largos años, por terminar sus astrales traceados de sombra por la zona templada y glacial del hemisferio Sur, o viceversa, y siempre de Occidente a Oriente.—Para vosotros, los que venís de! mundo que nosotros hace tiempo abandonáramos—insistió el primero—, semejante momento carece de toda importancia física; pero conviene no olvidar que el éter planetario vibra de distinta manera bajo el rayo de luz que en el griálico cono de tinieblas, y por ello cuantas influencias astrales y fantasmáticas temen a la luz, que es destructora de su organismo etéreo—al modo como también dicho rayo de luz destruye o reduce las sales de plata fotográficas—, hallan la ocasión propicia de descender a la Tierra aprovechando la continuidad sombría que el cono obscuro de entre Luna y Tierra les proporciona. Y hasta sabio hay entre nosotros que sospecha que las almas de los desencarnados pasan por millares de la Tierra a la Luna y vuelven a su tiempo de la Luna a la Tierra aprovechando, valga la frase, la etérea escalera del citado cono o Grial terrestre, «escala de Jacob», por la que así bajan y suben los hombres y los ángeles...

Con estás y otras sapientísimas enseñanzas que aun no se pueden confiar a la publicidad, llegó el momento de totalidad del fenómeno, y la Luna, teñida de un rojo violáceo y aun grisáceo que la hacía casi desaparecer en el cielo después de empequeñecerla aparentemente hasta la mitad de su radio, parecía una bola en ignición ya próxima a apagarse. La torva fisonomía que de ordinario remeda con sus «mares» y montañas, se acentuaba así hasta hacerse verdaderamente desagradable, cual si su fría influencia de astro muerto llegase hasta aquí abajo, aunque en grado mucho menor que en los eclipses totales de sol. Y mientras transcurría la holarga, que la totalidad duró, el más calificado de los presentes, tomando cariñosamente por la mano al neófito, le hizo descender hasta el borde de la escalinata, diciéndole al par que le mostraba cual un espejo mágico el sombrío acero de las aguas del lago: —¡Mira, ahora, aquí! Y Ginés miró, herizándosele el cabello, y vio dos cosas que ningún mortal ha visto, pero no por eso menos asombrosas ni menos ciertas... ¡Vio, primero, como en gigantesco telescopio, a los habitantes del lado de acá de la luna, seres precitos, desgraciados sobre toda ponderación, y acerca de cuya naturaleza y origen se guarda gran misterio entre los que «lo saben todo», y vio después algo más maravilloso aún: el secreto del otro lado del satélite, o sea el del hemisferio siempre vuelto del otro lado, y desde el cual jamás se ve la Tierra miserable, lugar donde algún místico ha querido situar, por tanto, «el Paraíso de Henoch y de Elias», los dos jiñas del pueblo hebreo!..
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fragmentos de
MARIO ROSO DE LUNA

El Yo Superior o el Ego Espiritual


Este  Fuego  es  el  Yo  Superior,  el  Ego  Espiritual,  o  lo  que  reencarna constantemente bajo  la  influencia  de  sus  Yoes  personales  inferiores, cambiando  a  cada  renacimiento, lleno de Tanha o deseo de vivir. Es una ley extraña de la naturaleza, que,  en  este  plano la  Naturaleza  superior  (Espiritual)  tenga  que  estar,  por  decirlo así,  esclavizada  a  la inferior. A menos que el Ego  se  refugie  en  el  Âtman,  el  TODO–ESPÍRITU,  y  se  sumerja por completo  en su esencia,  el  Ego  personal  puede  excitarlo  hasta  el  funesto  fin. Esto no puede comprenderse por completo,  a  menos  que  el  estudiante  conozca  el  misterio de la evolución que procede por triples líneas: Espiritual, Psíquica y física. Lo  que  impulsa  a  la  evolución  y  la  fuerza,  esto  es,  lo  que  obliga  el  crecimiento  y desarrollo  del  Hombre  hacia  la  perfección,  es: a) la  Mónada  o  lo   que   actúa   en  ella inconscientemente por una Fuerza inherente en sí; y b) el  Cuerpo  Astral  inferior  o  el  Yo Personal. La primera, ya se halle aprisionada en un cuerpo vegetal o animal, está dotada de   esa   Fuerza,  es  verdaderamente   ella misma.  Debido    a    su   identidad   con   el TODO–FUERZA, que, como se ha dicho,  es inherente  en  la  Mónada,  es  todopoderosa en el plano  Arûpa  o  sin forma.  En  nuestro  plano,  siendo  su  esencia demasiado pura, permanece toda potencial, pero individualmente es inactiva.  Por  ejemplo:  los  rayos  del Sol,  que  contribuyen  al  desarrollo  de  la  vegetación,  no  escogen esta  ni  aquella   planta para brillar sobre  ella.  Arránquese  la  planta,  transpórtesela  a  un  punto  en  donde  no puedan alcanzarla los rayos  solares,  y éstos  no  la  seguirán. Así  sucede  con  el  Âtman;  a menos que el Yo Superior o Ego gravite hacia su Sol –la Mónada–, el Ego Inferior,  o  Yo Personal, dominará  en  todos  los  casos.  Porque  este  Ego,  con  su  fiero  egoísmo  y sus deseos animales de vivir una vida insensata (Tanha), es el “constructor  del  tabernáculo”, como Buddha, lo llama en el Dhammapâda. De aquí la expresión, los Espíritus de la Tierra  revistieron  las  sombras  y  las   dilataron.   A    estos    “Espíritus”  pertenecen temporalmente   los  Yoes   Astrales   humanos;   y  ellos  son  los  que  proporcionan,   o construyen,  el  tabernáculo  físico  del  hombre,  para  que   la  Mónada   y  su  principio consciente, Manas, moren  en  él.  Pero   los   Lhas   o   Espiritus  “Solares”   calientan   las Sombras. Esto es física y literalmente verdad; metafísicamente, o en el plano  psíquico  y espiritual, es igualmente verdad que sólo el Âtman calienta al Hombre Interno;  esto  es, le ilumina con el Rayo de la  Vida  Divina, y  es  el  único  que  puede  transmitir  al  Hombre Interno, o el Ego que reencarna, su inmortalidad. Así, pues, veremos  que  para  las  tres  y media Razas–Raíces primeras, hasta  el punto  medio  o  de  vuelta,  las  Sombras  Astrales de los “Progenitores”, los  Pitris  Lunares,  son  las  fuerzas  formativas  en  las  Razas, y  las que construyen  e  impelen gradualmente  la  evolución  de  la  forma  física  hacia  la perfección; esto,  a  costa  de  una  pérdida  proporcionada  de  Espiritualidad.  Después, desde  el  punto  de  vuelta,  es  el  Ego  Superior  o  Principio que reencarna,  el  Nous  o Mente,  el  que  reina sobre  el  Ego  Animal  y  lo  gobierna  cuando  no  es  arrastrado  hacia abajo por este último. En una palabra:  la Espiritualidad  se  halla  en  su  arco  ascendente; y lo  animal  o  físico  le  impide  progresar  constantemente  en  la  senda  de  su  evolución  sólo  cuando  el  egoísmo  de  la  Personalidad  ha  infestado  tan  fuertemente  al  Hombre Interno verdadero con  su  virus letal,  que  la  atracción  superior  pierde  todo  su  poder sobre  el  hombre  pensante  razonable.  En  estricta  verdad,  el  vicio  y   la   maldad  son  una manifestación anormal y antinatural, en este período de nuestra evolución humana; al menos  debieran  serlo  así.  


Doctrina Secreta-fragmentos
H.P. Blavatsky