Sin embargo, no se puede permitir que las masas quedasen sin algún tipo de restricción moral. El hombre siempre está deseando un «más allá» y no puede vivir sin un ideal de algún tipo, como un faro y consuelo. Al mismo tiempo, ningún hombre promedio, incluso en nuestra era de educación universal, se le podría cargar con verdades demasiado metafísicas, demasiado sutiles para que su mente pudiese comprender, sin el peligro de una reacción inminente, haciendo espacio para un ateísmo científico vacío. Ningún filántropo real, por lo tanto un Ocultista, soñaría ni por un momento en una humanidad sin un título de Religión. Incluso la Religión de hoy día en Europa, limitada a los Domingos, es mejor que nada. Pero si, como Bunyan lo expresó (NOTA: [Véase Thomas Fuller, Gnomologia, # FINAL NOTA), «La Religión es la mejor armadura que un hombre puede tener», sin duda es la «peor capa», y es esta «capa» y falsa pretensión contra la que luchan los Ocultistas y Teosofistas. La verdadera Deidad ideal, el único Dios viviente en la Naturaleza, no puede sufrir en la adoración del hombre si esta capa exterior, tejida por capricho del hombre y arrojado sobre la Deidad por la hábil mano del sacerdote codicioso de poder y dominación, se descorre. La hora ha llegado con el comienzo de este siglo para destronar al «Dios supremo» de todas las naciones en favor de Una Deidad Universal –el Dios de la Ley Inmutable, no de caridad; el Dios de Justa Retribución, no de misericordia, que no es más que un incentivo para hacer el mal y la repetición del mismo. El mayor crimen que fue perpetrado jamás sobre la humanidad se cometió el día en que el primer sacerdote inventó la primera oración con un objetivo egoísta a la vista. Un Dios que puede ser propiciado por oraciones inicuas para «bendecir las armas» de los adoradores, y enviar derrota y muerte a miles de sus enemigos –sus hermanos; una Deidad que se puede suponer que no vuelve oídos sordos a los cantos de alabanzas mezclados con ruegos para un «viento favorable propicio» para sí mismo, y tan naturalmente desastroso para otros navegantes que vienen de una dirección opuesta, es esta idea de Dios que ha fomentado el egoísmo en el hombre, y lo privó de su autonomía. La oración es una acción noble, cuando se trata de un intenso sentimiento, un deseo ardiente brotando de nuestro corazón, para el bien de los demás, y cuando está totalmente desvinculado de cualquier objetivo personal egoísta; el deseo de un más allá es natural y santo en el hombre, pero con la condición de compartir esa felicidad con los demás. Uno puede entender, y apreciar bien las palabras del «pagano» Sócrates, quien declaró en su profunda, aunque empírica sabiduría, que: Nuestras oraciones deben ser por bendiciones para todos, en general, porque los Dioses saben lo que es mejor para nosotros (NOTA: [Vease las Leyes de Platón, Libros 3, 7 y 10 (¶ 900 etc.), así como la Introducción a BK. X por Proclo en Th. Taylor ed.]. FINAL NOTA). Pero la oración oficial –en favor de una calamidad pública, o para el beneficio de un individuo, independientemente de las pérdidas de miles– es el más vil de los crímenes, además de ser una vanidad impertinente y una superstición. Esta es la herencia directa por despojo de los Jehovitas –los Judíos del Desierto y del Becerro de Oro. Es «Jehová», como se mostrará en un momento, quien sugirió la necesidad de velar y ocultar este sustituto para el nombre impronunciable, y esto fue lo que guió a todo este «misterio, parábolas, dichos oscuros, y encubrimientos». Moisés, en todo caso, inició sus setenta Ancianos en las verdades ocultas, y por lo tanto justifica hasta cierto grado a los escritores del Antiguo Testamento. Los del Nuevo Testamento han fallado en hacer aún tanto o tan poco. Han desfigurado la gran figura central de Cristo con sus dogmas, y han llevado a la gente a millones de errores y los crímenes más oscuros, en Su santo nombre. Es evidente que con la excepción de Pablo y Clemente de Alejandría, quienes habían sido ambos iniciados en los Misterios, ninguno de los Padres sabía mucho de la verdad. En su mayoría eran gente inculta, ignorante, y si, como Agustín y Lactancio, o incluso el venerable Beda y otros, eran tan dolorosamente ignorantes de las verdades más importantes que se enseñaban en los templos paganos –de la redondez de la tierra, hasta la época de Galileo (NOTA: En su Pneumatologie, vol. IV [de Esprit Des...], pp. 105-112, el Marqués de Mirville reclama el conocimiento de la teoría del sistema heliocéntrico antes –que Galileo– para el Papa Urbano VIII. El autor va más allá. Él trata de mostrar al famoso Papa, como el perseguido, no perseguidor por Galileo y calumniado por el Astrónomo Florentino. Si es así, tanto peor para la Iglesia Latina, ya que sus Papas, a sabiendas de ello, aún conservaron el silencio sobre este hecho tan importante, ya sea para proteger a Josué o su propia infalibilidad. Uno bien puede entender que la Biblia, habiendo sido tan exaltada sobre todos los otros sistemas, y su supuesto monoteísmo dependiendo de preservar el silencio, no quedaba nada más, por supuesto, que guardar silencio sobre su simbolismo, permitiendo así que todas sus meteduras de pata se engendraran en su Dios. FINAL NOTA) por ejemplo, dejando el sistema heliocéntrico fuera de cuestión –¡Cuán grande debe haber sido la ignorancia de los demás! Aprendizaje y pecado eran sinónimos con los primeros Cristianos. De ahí las acusaciones de tratar con el Diablo prodigadas contra los Filósofos Paganos. Pero la verdad debe salir..."
fragmentos de H.P. BLAVATSKY
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