La palabra ocultismo induce seguramente a error, tal como está traducida de la palabra compuesta Gupta–Vidya, que significa “conocimiento secreto”. Pero ¿conocimiento de qué? Algunos términos sánscritos nos ayudarán a responder.
Entre otros muchos nombres de las diversas clases de ciencia esotérica que aparecen en los Puranas esotéricos, citaremos por más notables los cuatro siguientes:
1º Yajna–Vidya es el conocimiento de las ocultas fuerzas de la naturaleza, puestas en acción por la práctica de ciertos ritos y ceremonias religiosas.
2º Mahavidya, que significa “gran conocimiento”. Es la magia de los cabalistas y del culto tantrika, aunque suele degenerar en hechicería de la peor especie.
3º Guhya Vidya, o conocimiento de las místicas fuerzas del sonido (éter); y por lo tanto, de los mantras cantados en las oraciones y encantamientos, cuya eficacia depende del ritmo y la melodía. También se define diciendo que es una práctica mágica fundada en el conocimiento y correlación de las fuerzas de la naturaleza.
4º Atma–Vidya, que los orientalistas traducen literalmente por “Conocimiento del alma” o verdadera Sabiduría, pero que significa mucho más.
El Atma–Vidya es la única clase de ocultismo a que debe aspirar todo prudente e inegoísta teósofo admirador de Luz en el Sendero
Pues los siddhis o facultades del arhat se reservan únicamente para los capaces de consagrar su vida al cumplimiento al pie de la letra de los terribles sacrificios que su adquisición requiere. Ha de saber y recordar para siempre, que el verdadero Ocultismo o Teosofía es la incondicional y absoluta renunciación de la personalidad en pensamiento y obra. Es altruismo, y quien lo practica queda enteramente escogido de entre las filas de los vivientes, tan luego como se entrega a la obra y porque “no vive para él sino para el mundo”. Mucho se le dispensa durante los primeros años de prueba; pero tan pronto como pasa a ser discípulo “aceptado” debe desvanecer su personalidad y convertirse en una fuerza benéfica de la naturaleza. Desde entonces se abren a su paso dos caminos opuestos: ha de ascender trabajosamente, paso a paso, durante numerosas encarnaciones, sin intervalo devacánico, por la áurea escala que conduce al arhatado; o al dar el primer paso en falso, resbalará escala abajo, rodando hasta el fondo de la magia negra.
Está en incesante riesgo de que las adormecidas pasiones despierten a cualquier momento y la arrastren al abismo de la materialidad. ¿ Cómo puede concertarse con la divina armonía del Yo superior, si esta armonía está quebrantada por la presencia de las pasiones animales en el santuario? ¿ Cómo es posible que la armonía prevalezca y triunfe, cuando la mente está contaminada y turbada por el torbellino de las pasiones y los terrenales deseos de los sentidos corporales y del hombre astral?
Porque el cuerpo astral no es compañero del Yo superior, sino del cuerpo terreno. Es el lazo entre el manas inferior y el cuerpo físico; el vehículo de la vida transitoria, no de la inmortal. Como sombra proyectada por el hombre, sigue servil y mecánicamente sus movimientos e impulsos, propendiendo, por lo tanto, a la materia, sin ascender jamás hacia el Espíritu. La unión con el Yo superior sólo puede cumplirse cuando, anulada la fuerza de las pasiones, queden trituradas y aniquiladas en la retorta de una inflexible voluntad; cuando no sólo han muerto las concupiscencias y ansias de la carne, sino que, muerta asimismo la personalidad, se invalida el cuerpo astral, que refleja al hombre triunfante y no a la codiciosa y egoísta personalidad. Entonces el brillante Augoeides, el divino Yo, vibra en consciente armonía con los dos polos de la entidad humana: El hombre de purificada materia y la siempre pura alma espiritual. El hombre permanece en presencia y para siempre se une íntimamente con el yo superior, con el Maestro, el Cristo de los gnósticos
Así, Pues, ¿cómo le fuera posible al hombre entrar por la angosta puerta “del Ocultismo”, estando sus cotidianos pensamientos ligados a todas horas con las cosas terrenas, con deseo de poderío, concupiscencias, ambiciones y deberes que, si bien honrosos, no dejan de ser terrenos? Aun el amor a la familia, el más puro o inegoísta de los afectos humanos, es un obstáculo para el verdadero ocultismo. Porque si ponemos por ejemplo el santo amor maternal o el conyugal, aun en estos mismos sentimientos, analizados en su fondo y enteramente cernidos, encontraremos egoísmo personal en la madre y egoísmo dual en los cónyuges.
Sólo el altruismo y no el egoísmo, ni aun en su más noble y legítimo concepto, puede conducir al hombre a identificar su individual Yo con el Yo universal. El verdadero discípulo del verdadero ocultismo ha de consagrarse a la obra de satisfacer las necesidades de la humanidad si quiere adquirir la Theo–Sophy o Sabiduría divina y Conocimiento
El aspirante ha de escoger absolutamente entre la vida del mundo y la vida del ocultismo. Inútil y vano intento es conciliarlas, porque nadie puede servir a dos señores y complacer a ambos. Nadie puede servir a su cuerpo y a su Yo superior, ni cumplir los deberes de familia al propio tiempo que los de la humanidad entera, sin privar a una o a otra de sus derechos; porque si presta oído a la “tenue y callada voz”, no podrá escuchar el clamor de sus pequeñuelos; o si atiende a las necesidades de éstos, quedará sordo a la voz de la humanidad. El casado que intentara seguir el verdadero ocultismo práctico en vez de la filosofía teórica, habría de sostener una incesante y desatentada lucha, porque continuamente vacilaría entre la voz del impersonal y divino amor a la humanidad y la del amor personal y terreno, lo cual sólo podría conducirlo al fracaso en uno u otro o tal vez en ambos deberes.
No seria esto lo peor, pues quien quiera que después de haberse comprometido en el ocultismo, ceda al halago de un amor experimentará por casi inmediata consecuencia el verse irresistiblemente atraído del divino estado impersonal al inferior plano de materia. El deleite sensual, aun sólo de pensamiento, entraña la inmediata pérdida del discernimiento espiritual. La voz del Maestro no podrá distinguirse entre la de las pasiones, como tampoco se distinguirá la de un dugpa, porque en semejantes circunstancias no es posible distinguir lo justo de lo injusto y la sana moralidad del estéril nominalismo. El fruto del Mar muerto es la más apropiada alegoría mística, porque se vuelve ceniza en los labios y acíbar en el corazón, resultando en “cada vez más profundas tinieblas, loco por sabiduría, culpable por inocencia, ansioso de éxtasis y desesperado por esperanza”.
Pero una vez engañados y después de obrar según su engaño, muchos hombres repugnan reconocer su error y se hunden más y más en el fango. Aunque de la intención deriva principalmente el que la magia sea blanca o negra, los resultados de hechicería involuntaria e inconsciente no pueden por menos de augurar mal karma. Bastante se ha dicho en demostración de que hechicería es toda especie de maligna influencia ejercida sobre otras personas, que sufren o hacen sufrir en consecuencia. El karma es una piedra que chapoteada en las tranquilas aguas de la vida, levanta ondulaciones cada vez más amplias hasta el infinito. Las causas engendradas han de producir efectos evidenciados en la justa ley de retribución.
Muchos de estos defectos podrían evitarse si las gentes se abstuviesen de prácticas cuya naturaleza e importancia desconocen.
Nadie espere sobrellevar una carga superior a sus fuerzas y facultades. Hay magos congénitos, místicos y ocultistas de nacimiento, a causa de la directa herencia de una serie de encarnaciones y siglos de sufrimientos y fracasos. Están ya a prueba de pasiones. Ningún fuego de origen terreno puede inflamar sus sentidos ni sus deseos. Ninguna voz humana halla respuesta en sus almas, excepto el ruidoso clamor de la humanidad. Son los únicos que tienen asegurado el éxito. Pero son rarísimos y pasan por las estrechas puertas del ocultismo porque no llevan la personal impedimenta de los transitorios sentimientos humanos. Se han desprendido de los efectos de la naturaleza inferior, paralizando la animalidad astral, y ante sus pasos se abre la estrecha, pero áurea puerta.
No les sucede lo mismo a quienes todavía han de llevar durante varias encarnaciones la carga de los pecados cometidos en pasadas y aun en la presente vida. A menos que procedan con suma precaución, la áurea puerta de Sabiduría puede trasmutarse para ellos en la ancha puerta y el espacioso camino que “conduce a la perdición” y por lo tanto “muchos son los que entran por ella”.
Esta ancha puerta es la de las artes ocultas practicadas con motivos egoístas, sin la restrictiva y benéfica influencia del Atma–Vidya.
Estamos en la edad Kali, cuya letal influencia es mil veces más poderosa en Occidente que en Oriente. De aquí las fáciles presas que las Potestades tenebrosas hacen en este ciclo de lucha, y las muchas ilusiones en que hoy día se agita el mundo, entre ellas la relativa facilidad con que los hombres se figuran que pueden llegar a la “Puerta” y cruzar el dintel del ocultismo sin grandes sacrificios. Tal es el sueño de algunos teósofos, inspirado por el afán de poderío y egoísmo personal; pero estos sentimientos no los conducirán a la ambicionada meta, pues como dijo uno de quien se cree que se sacrificó por la humanidad: “Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan”.
Tan estrecha es, en efecto, que a la simple mención de algunas de las preliminares dificultades, los espantados candidatos occidentales vuelven la espalda y se marchan temblorosos.
Tan estrecha es, en efecto, que a la simple mención de algunas de las preliminares dificultades, los espantados candidatos occidentales vuelven la espalda y se marchan temblorosos.
Dejemos que se queden aquí, sin que su mucha flaqueza les consienta mayor intento, porque ¡ay! de ellos si al volver la espalda a la puerta estrecha, los arrastra su ansia de ocultismo a dar un paso en dirección de las anchas y halagadoras puertas del áureo misterio que centellea a la luz de la ilusión. Los conducirá a la magia negra, con seguridad de desembocar muy luego en el fatal camino del Infierno, a cuya entrada leyó el Dante estas palabras:
Per me si va nella citta dolente
Per me si va nell´eterno dolore
Per me si va tra la perduta gente.
Fragmentos de: Helena P. Blavatsky
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