Se puede perder el Alma...?


 "Comparemos  al  hombre  con  una brillante lámpara que desde el centro de una estancia proyecta su luz sobre la pared. La lámpara es el Ego Divino; la luz reflejada es el Manas inferior; y la pared sobre que se refleja, el cuerpo físico. La porción de atmósfera que transmite el rayo de la lámpara a la  pared,  será  el  Antahkarana.  Supongamos,  por  otra  parte,  que  la  luz  así  proyectada posea razón e inteligencia con la facultad de disipar, además, cuantas sombras siniestras crucen  por  la  pared  y  de  atraer  hacia  sí,  en  indelebles  impresiones,  toda  la  brillantez. Ahora  bien;  el  Ego  humano  puede  disipar  las  sombras  o  pecados,  multiplicar  las brillanteces o buenas obras que causan aquellas impresiones, y asegurar así por medio del  Antahkarana  su  permanente  relación,  y  su  definitiva  reunión,  con  el  Ego  Divino. Recordemos que esto no puede ocurrir mientras retenga la más tenue mancha terrena; al  paso  que  tampoco  es  posible  quebrantar  enteramente  la  relación,  ni  impedir  la reunión  definitiva,  mientras  haya  una  sola  obra  espiritual  o  potencialidad  que  pueda servir de nexo; pero en cuanto se extingue esta última chispa y se desvanece la postrera potencialidad,  sobreviene  la  separación.  En  una  parábola  oriental  el  Ego  Divino  es simbolizado  por  el  labrador  que  envía  a  sus  braceros  a  cultivar  la  tierra  y  cosechar  el fruto, y que se contenta con conservar el campo en tanto pueda ofrecerle la más mínima remuneración; pero si el terreno se esteriliza del todo, no sólo queda abandonado, sino que el bracero mismo (Manas inferior) perece.

Sin  embargo,  empleando  el  mismo  símil,  cuando  la  luz  proyectada  sobre  la  pared, o sea  el  racional  Ego  humano,  llega  al  punto  de  agotamiento  espiritual,  desaparece  el Antahkarana, ya no se transmite más luz, y la lámpara no emite rayos. Desaparece la luz, que se ha ido absorbiendo gradualmente, y sobreviene el “eclipse del alma”; el ser vive en  la  tierra  y  pasa  después  al  Kâma  Loka  como  un  mero  conglomerado  de  cualidades materiales; y no puede entrar en el Devachan, sino que renace inmediatamente como hombre animalizado, y como una maldición.

Digamos algo ahora sobre la doctrina de la “segunda muerte”, para explicar lo que le sucede  al  alma  Kâmica  humana  de  los  hombres  abyectos  y  malvados  o  de  las  gentes desalmadas. Este misterio será ahora explicado. En el caso de un hombre que jamás tuvo un pensamiento que no se refiriese a su yo animal,  no  teniendo  nada  que  transmitir  al  Ego  superior,  o  agregar  a  la  suma  de experiencias cosechadas en pretéritas encarnaciones cuyo recuerdo ha de conservarse eternamente,  el  alma  personal  se  separa  del  Ego  por  no  poder  injertar  nada  en  el inmarcesible tronco cuya sabia fluyó a través de millones de personalidades semejantes a  las  hojas  de  sus  ramas,  que  se  marchitan  y  caen  una  vez  cumplido  su  oficio.  Estas personalidades  brotan,  florecen  y  mueren;  unas sin  dejar  vestigio,  y  otras  después  de entre fundir su propia vida con la del tronco patrio. Las personalidades o almas humanas que no dejan huella de su existencia, son las que están condenadas a la aniquilación, al Avîtchi  (estado  muy  mal  comprendido  y  peor  descrito  por  algunos  autores  teósofos), que no solamente está en la Tierra, sino que es la misma Tierra. En  este  caso,  el  Antahkarana  fenece  antes  de  que  el  yo  inferior  haya  tenido  una oportunidad  de  identificarse  con  el  superior;  y  por  lo  tanto,  el  “alma”  Kâmica  se convierte  en  entidad  separada,  para  vivir  de  allí  en  adelante,  por  un  período  más  o menos largo, de conformidad con su karma, como criatura “sin alma”. Pero antes de entrar en el fondo del asunto, conviene explicar con mayor claridad el significado  y  funciones  del  Antahkarana,  que,  según  ya  dijimos,  puede  considerarse como un angosto puente, tendido entre el Manas superior y el Manas inferior, que: A  la  muerte  desaparece  como  puente  o  lazo  de  relación,  y  sus  restos  sobreviven  como Kâma Rûpa.

Este Kâma Rûpa es el cascarón o concha astral que los espiritistas ven surgir a veces en sus  sesiones  como  “formas”  materializadas  que  inconsideradamente  toman  por “espíritus  de  los  muertos”.  Tan  lejos  está  de  ser  así  que,  aunque  en  los  sueños  no desaparece  el  Antahkarana,  la  personalidad  se  halla  tan  sólo  medio  despierta;  y  por tanto, se dice que durante el sueño normal está Antahkarana beodo o loco. Si tal sucede en la muerte cotidiana, o sueño físico, puede juzgarse de lo que será la conciencia del Antahkarana cuando después del llamado “sueño eterno” se convierte en Kâma Rûpa. Pero  volvamos  al  asunto.  A  fin  de  no  perturbar  la  mente  de  los  estudiantes occidentales con las abstrusas dificultades de la metafísica inda, consideremos el Manas inferior, o mente, como Ego personal durante la vigilia; y como Antahkarana tan sólo en los momentos de aspiración hacia el Ego superior, en que se convierte en el medio de comunicación  entre  ambos.  Por  esta  razón  se  le  llama  también  “el  Sendero”.  De  la propia  suerte  que  los  órganos  físicos  se  debilitan  y  al  fin  se  atrofian  por  falta  de ejercicio,  así  también  sucede  con  las  facultades  mentales;  y  de  aquí  la  atrofia  de  la función  mental  inferior,  llamada  Antahkarana,  en  las  naturalezas  completamente materialistas y en las empedernidamente malvadas. Sin embargo, la filosofía esotérica da las enseñanzas siguientes: En vista de que la facultad y función del Antahkarana es un medio tan necesario como el  oído  para  oír  y  el  ojo  para  ver,  resulta  que  no  debemos  destruir  el  Antahkarana mientras  no  hayamos  destruido  por  completo  el  sentimiento  de  Ahamkâra  o  de egoísmo  personal,  y  llegar  a  ser  uno  con  Buddhi–Manas,  pues  fuera  como  destruir  un puente  tendido  sobre  una  cortadura  infranqueable.  El  viajero  no  podría  pasar  a  la margen opuesta. Aquí está la diferencia entre la enseñanza exotérica (1) y la esotérica (2). La primera, según el Vedanta, dice que en tanto la mente inferior trepe por Antahkarana hacia  el  Espíritu  (Buddhi–Manas)  le  será  imposible  adquirir  la  verdadera  sabiduría espiritual  (Jnyâna),  que  sólo  puede  alcanzarse  mediante  una  relación con  el  alma universal (Âtmâ); y que únicamente se alcanza el Râja Yoga, haciendo caso omiso de la Mente Superior. Nosotros decimos que no es así. No es posible saltar ni un solo tramo de la escala que conduce  al  conocimiento.  Ninguna  personalidad  puede  ponerse  en  comunicación  con Âtma,  sino  por  medio  de  Buddhi–Manas.  El  intento  de  ser  Jîvanmukta  o  Mahâtma, antes  de  ser  un  Adepto  y  aun  un  Narjol,  es  como  el  intento  de  ir  desde  la  India  a Ceilán  sin  cruzar  el  mar.  Por  lo  tanto,  se  nos  dice  que  si  destruimos  el  Antahkarana antes  de  que  lo  personal  esté  completamente  sojuzgado  por  el  Ego  impersonal,  nos exponemos a perder el Ego por separación eterna de él, a menos que nos apresuremos a restablecer la comunicación, por medio de un supremo y definitivo esfuerzo.

Únicamente hemos de destruir el Antahkarana, luego que estemos indisolublemente unidos a la esencia de la Mente divinaComo aislado combatiente que perseguido por un ejército se refugia en un castillo y a fin de burlar al enemigo destruye primero el puente levadizo y después se defiende contra los perseguidores, así debe proceder el Srotâpatti antes de destruir el antahkarana. 0 como dice un axioma oculto: La  Unidad  se  convierte  en  Tres,  y  los  Tres  engendran  Cuatro.  Por  los  Cuatro  [el Cuaternario] volvemos a los Tres, y por los divinos Tres nos dilatamos en lo Absoluto. La mónada que se convierte en dualidades en el plano de diferenciación, y en tríadas durante el ciclo de las encarnaciones, ni aun encarnada está limitada por el espacio ni detenida por el tiempo, pero se difunde por los inferiores principios del cuaternario, y es omnipresente y omnisciente por naturaleza. Mas esta omnisciencia es innata; y sólo puede  manifestar  su  luz  refleja,  por  medio  de  lo  que  al  menos  sea  semiterrestre  o semimaterial;  como  el  cerebro  físico  que  es  a  su  vez  el  vehículo  del  Manas  inferior, entronizado en Kâma Rûpa. Éste es el que se va aniquilando gradualmente en los casos de “segunda muerte”. Pero esta aniquilación no significa la simple discontinuidad de la vida humana sobre la  tierra sino  que  expulsados  para  siempre  de  la  conciencia  de  la  individualidad,  el Ego  reencarnante,  los  átomos  y  vibraciones  físicas  de  la  entonces  ya  separada personalidad, se encarnan inmediatamente en la misma Tierra en una criatura todavía más  abyecta,  que  sólo  tiene  de  humano  la  forma,  y  queda  condenado  a  tormentos kármicos  durante  su  nueva  vida;  con  más  que,  si  persiste  en  su  criminal  o  disoluta conducta, habrá de sufrir una larga serie de reencarnaciones inmediatas. Ahora se nos presentan las cuestiones que entrañan estas dos preguntas: 1ª¿Qué es del Ego Superior en tal caso? 2ª¿Qué clase de animal es una criatura humana sin alma?  El Christos, o Buddi–Manas de cada hombre, no es un Dios completamente inocente y sin mancha, aunque en cierto sentido sea el “Padre”, esencialmente idéntico al  Espíritu  universal,  y  al  mismo  tiempo  el  “Hijo”,  puesto  que  Manas  es  el  segundo trasunto del “Padre”. El divino Hijo echa sobre sí, al reencarnarse, los pecados de todas las  personalidades  que  ha  de  animar;  y  esto  sólo  puede  hacerlo  por  medio  de  su mandatario  o  reflejo,  el  Manas  inferior.  El  único  caso  en  que  el  Ego  Divino  puede sustraerse  a  la  individual  penalidad  y  responsabilidad  como  Principio  guiador,  es cuando  se  separa  de  la  personalidad,  porque  entonces,  la  materia,  con  sus  físicas  y astrales  vibraciones,  por  la  misma  intensidad  de  sus  combinaciones,  se  emancipa  del dominio  del  Ego.  El  dragón  Apofis  vence;  y  el  Manas  reencarnante  se  separa  poco  a poco de su tabernáculo, hasta desprenderse por completo del alma psíquico–animal. Así, en respuesta a la primera pregunta, diremos: 1º El Ego Divino recomienza inmediatamente, a impulsos de su karma, una nueva serie de encarnaciones, o bien se refugia en el seno de su madre, el Âlaya o Alma Universal, cuyo  manvantarico  aspecto  es  Mahat.  Libre  de  las  impresiones  de  la  personalidad,  se sumerge  en  una  especie  de  intervalo  nirvânico,  en  donde  sólo  puede  haber  el  eterno presente,  que  absorbe  lo  pasado  y  lo  futuro.  Por  ausencia  del  “labrador”  se  pierden campo y cosecha; y el dueño, en la infinidad de su pensamiento, no conserva recuerdo de la finita, fugaz e ilusoria personalidad, que entonces se aniquila. 2º El porvenir del Manas inferior es más terrible y todavía mucho más terrible para la humanidad  que  para  el  ahora  hombre–animal.  Suele  suceder  que  después  de  la separación, el alma, entonces sumamente animal, se extingue en Kâma Loka como las demás almas animales; pero dado que lo más material es la mente humana y lo que más dura, aun en el período intermedio, ocurre frecuentemente que después de terminada la  vida  del  hombre  sin  alma,  vuelve  a  reencarnar  en  personalidades  cada  vez  más abyectas. El impulso de la vida animal es  demasiado  intenso  y  no  puede  agotarse  tan sólo  en  una  o  dos  existencias.  Sin  embargo,  en  raros  casos,  cuando  el  Manas  inferior está destinado a aniquilarse por consunción; cuando no hay esperanza de que ni la más leve  luz,  a  favor  de  ciertas  condiciones,  atraiga  a  sí  a  su  Ego  patrio,  y  el  karma conduzca  al  Ego  Superior  a  nuevas  encarnaciones,  entonces  puede  suceder  algo  más espantoso.  El  despojo  Kâma–Manásico  puede  convertirse  en  lo  que  los  ocultistas llaman  “el  Morador  del  Umbral”.  Este  no  es  el  morador  tan  gráficamente  descrito  en Zanoni, sino  una  verdad  de  la  Naturaleza,  y  no  una  ficción  o  leyenda,  por  bella  que pueda ser. Sin embargo, Bulwer debió de tomar la idea de algún iniciado oriental. Este Morador, conducido por la afinidad y la atracción, se abre paso en la corriente astral, a través de la envoltura áurica del nuevo tabernáculo habitado por el Ego patrio, y declara la guerra a la luz inferior que lo ha sustituido. Sin embargo, esto sólo puede ocurrir en el  caso  de  que  la  personalidad  así  obsesa  sea  en  demasía  débil;  pues  ningún  hombre virtuoso  y  de  conducta  recta  puede  tener  semejante  riesgo,  sino  únicamente  los  de corazón depravado. Roberto Luis Stevenson vislumbró algo de esto al escribir su obra titulada: El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que es una verdadera alegoría. Todo discípulo echará de ver en esta obra un fondo de verdad, y en Mr. Hyde un Morador, un obsesor de la personalidad, el tabernáculo del espíritu patrio.

El  alma,  la  mente  inferior,  se  convierte  por  costumbres  viciosas  en  un  principio semianimal,  casi  paralítico,  y  prosigue  gradualmente  inconsciente  de  su  mitad  subjetiva,  el Señor,  uno  de  la  poderosa  hueste;  [y] en  proporción  al  rápido  desarrollo  del  cerebro  y  los nervios,  el  alma  personal  pierde  en  definitiva,  más  o  menos  tarde,  la  vista  de  su  divina misión en la tierra. Verdaderamente: El cerebro se alimenta y vive y crece, como el vampiro, a expensas de su padre espiritual...y  el  alma  personal  medio  inconsciente  se  hace  insensata,  sin  esperanza  de  redención,  sin facultad de escuchar la voz de su Dios. Anhela únicamente comprender con mayor amplitud la  vida  natural  y  terrena;  y  así  sólo  puede  descubrir  los  misterios  de  la  naturaleza  física...Comienza  por  morir  virtualmente  durante  la  vida  del  cuerpo;  y  concluye  por  morir completamente,   esto   es,   por   quedar   aniquilada   como   alma  enteramente  inmortal. Semejante catástrofe puede ocurrir muchos años antes de la muerte física. “Nos codeamos con gentes desalmadas en todas las circunstancias de la vida”. Y cuando llega la muerte...ya no hay allí un Alma (el Ego Espiritual reencarnante) para liberar...pues ésta se apartó años antes. En resumen: Desposeída de sus Principios reguladores, y vigorizada por los elementos de  Kâma–Manas,  la  personalidad  deja  de  ser  una  “luz  derivada”  y  se  convierte  en Entidad independiente, para hundirse más y más en el plano animal; hasta que, llegada la última hora de su cuerpo, sucede una de estas dos cosas: o renace inmediatamente Kâma–Manas  en  Myalba;  o,  si  su  maldad  es  extrema,  a  veces  queda  para  fines kármicos en su activo estado de Avîtchi, en el aura terrestre. Entonces la desesperación sume a la personalidad desalmada en la ilimitada maldad del mítico “diablo”; y persiste en sus elementos, impregnados con la esencia de la materia, porque el mal es propio de la  Materia  separada  del  Espíritu.  Y  cuando  su  Ego  superior  reencarna  nuevamente, revestido  de  otro  reflejo,  o  Kâma–Manas,  el  condenado  Ego  inferior,  semejante  a  un monstruo  de  Frankenstein,  se  sentirá  atraído  hacia  el  padre  que  lo  repudiara,  y  se convertirá  en  un  ordinario  “Morador  en  el  Umbral”  de  la  vida  terrena.  Ya  insinuamos tiempo  atrás algo  de  la  doctrina  oculta,  pero  sin  entrar  en  pormenores;  y  en consecuencia,  tuvimos  cierta  perplejidad  al  explicarlos.  Sin  embargo,  escribimos bastante  explícitamente  acerca  de  los  “inútiles  zánganos”  que  se  niegan  a  ser colaboradores de la Naturaleza y perecen a millones durante el manvantarico ciclo de vida;  aquellos  que,  como  los  del  caso  de  que  se  trata,  prefieren  estar  sufriendo continuamente en el Avîtchi bajo el imperio de la ley kármica, a desasirse “del mal”, y por último, los que colaboran destructoramente en la obra de la Naturaleza. Estos son hombres  en  extremo  malvados  y  abyectos;  pero  no  obstante,  tan  elevada  e intelectualmente espirituales para  todo  lo  que  significa  el  mal,  como  los  que  son espirituales para el bien.  Así tenemos en la Tierra dos clases de seres desalmados. Los que han perdido su Ego Superior en la actual encarnación, y los que ya nacieron sin alma, por haberse separado de  su  Ego  Superior  en  la  vida  precedente. Los  primeros  son  candidatos  al  Avîtchi;  los otros  son  “Mr.  Hydes”,  obsesores  en cuerpo  humano  o  fuera de  él,  es  decir,  ora encarnados, ora invisibles, pero poderosos fantasmas. Tales hombres llegan a indecible grado de astucia; y sólo quienes estén familiarizados con la secreta enseñanza en este punto, sospecharían que sean seres sin alma, pues ni la religión ni la ciencia presumen siquiera estos hechos naturales. Sin embargo, la personalidad que a causa de vicios haya perdido su Ego Superior, tiene aún esperanza de recuperarlo mientras viva en cuerpo físico; y puede redimirse por la conversión  de  su  naturaleza  material.  Porque  un  intenso  dolor  de  contrición,  un arrepentimiento sincero o una sola ardiente súplica al Ego separado, y más que nada, el firme  propósito  de  la  enmienda,  bastan  para  que  de  nuevo  pueda  volver  el  Ego Superior. Aun no está roto por completo el lazo de unión; y si bien el Ego no es ya fácil de alcanzar, porque la “destrucción de Antahkarana” la personalidad tiene ya un pie en Myalba**,  todavía  no  se  ha  apartado  enteramente  de  la  esfera  de  una  vigorosa invocación  espiritual.  En  Isis sin  Velo hicimos  otra  afirmación  sobre  este  asunto. Dícese que tan terrible muerte se puede evitar algunas veces por el conocimiento del nombre  misterioso,  de  la  “palabra”.  Todos  sabéis  que  esta  “palabra”  no  es  una palabra,  sino  un  sonido, cuya  potencia  está  en  el  ritmo  o  acento.  Esto  significa sencillamente que los mismos malos pueden redimirse y detenerse en el sendero de la perdición, por virtud del estudio de la ciencia sagrada; pero si no están en unión con su Ego Superior, de nada les servirá la “Palabra” aunque cotidianamente la repitan diez mil  veces  como  un  papagayo;  sino  que,  al  contrario,  producirá  efectos  inversos, porque los “Hermanos de la Sombra” la emplean muy a menudo para siniestros fines, en cuyo  caso  despierta  y  agita  exclusivamente  los  nocivos  elementos  materiales  de  la Naturaleza.    Mucho  se espera de aquellos a quienes mucho se les dio. A quien llame a la puerta del Santuario con  pleno  conocimiento  de  su  santidad  y  después  de  admitido  retroceda  desde  el umbral, o se vuelva en redondo, diciendo: “¡Esto no vale nada!”, y con ello desperdicie la coyuntura  de  aprender  la  verdad  entera,  no  le  queda  otro  recurso  que  aguardar  los efectos de su karma. Tales  son,  pues,  las  explicaciones  esotéricas  de  lo  que  tan  perplejos  dejó  a  quienes creyeron  ver  contradicciones  en  varios  escritos  teosóficos.  Pero  antes  de  dar  por terminado  el  asunto,  debemos  añadir  un consejo  de  precaución,  que  se  ha  de  retener cuidadosamente en la memoria. A los esoteristas les parecerá muy natural que ninguno de ellos pueda pertenecer al orden de gentes desalmadas, y que, por lo tanto, no han de temer al Avîtchi, como el buen ciudadano no teme al código penal. Aunque tal vez no estéis  todavía  en  el  Sendero,  estáis  sin  duda  bordeándolo,  y  muchos  de  vosotros ciertamente en derechura. Entre las leves faltas inevitables en el ambiente social, y la espantosa  maldad  descrita  en  la  nota  del  editor  de  la  obra  Satán,  de  Eliphas  Levi, media  un  abismo.  Si  no  nos  hemos  “inmortalizado  en  el  bien  por  identificación  con(nuestro)  Dios”  o  Aum  (Âtmâ–Buddhi–Manas),  seguramente  no  nos  hemos  hecho “inmortales  en  el  mal”,  tampoco,  por  identificación  con  Satán  (el  yo  inferior).  Sin embargo, olvidáis que todo tiene un principio; que el primer resbalón en la escotadura de  una  montaña  es  el  necesario  antecedente  para  despeñarse  y  caer  en  brazos  de  la muerte.  Lejos  de  mí  la  sospecha  de  que  algún  estudiante  esotérico  haya  llegado  a  un bajo punto del plano de descenso espiritual. Sin embargo, a todos a consejo que eviten dar el primer paso. Tal vez no lleguéis al fondo del abismo en esta vida ni en la próxima, pero  pudierais  engendrar  las  causas  de  vuestra  segura  ruina  espiritual  en  la  tercera, cuarta,  quinta  o  más,  de  las  subsiguientes  existencias.  En  la  gran  epopeya  inda  se  lee que  una  madre,  cuyos  hijos  todos  habían  muerto  en  la  guerra,  se  quejaba  a  Krishna diciendo  que  a  pesar  de  tener  la  suficiente  visión  espiritual  para  escudriñar  hasta cincuenta  de  sus  anteriores  encarnaciones,  no  veía  en  sus  atrasadas  culpas  fuerza bastante para engendrar tan terrible karma, a lo que respondió Kríshna: “Si tú pudieras retrover  tu  quincuagésima  primera  vida,  como  yo  la  veo,  te  verías  matando  con retozona  crueldad  el  mismo  número  de  hormigas  que  el  de  hijos  que  ahora  has perdido”. Naturalmente, esto es una figura poética; pero representa, con extraordinario vigor, la imagen de cómo causas en apariencia fútiles, producen enormes resultados. El bien y el mal son relativos; y se agravan o aminoran de conformidad con el medioambiente.  El  hombre  que  pertenece  a  la  llamada  “masa  anónima  de  la  humanidad”,  al vulgo  ignorantón,  es  irresponsable  en  muchos  casos.  Los  crímenes  cometidos  por  ignorancia (Avidyâ) entrañan responsabilidad (Karma) física, pero no moral. Ejemplos de ello tenemos en los idiotas, niños, salvajes y gentes rudas que no saben otra cosa. Otro caso muy distinto es el de quien ha contraído un compromiso con su yo superior. No se puede invocar impunemente a este Divino Testigo; y una vez que nos colocamos bajo su tutela,  pedimos  a  la  radiante  Luz  que  ilumine  los  tenebrosos  rincones  de  nuestro  ser. Con  ello  impetramos  conscientemente  de  la  divina  justicia  del  karma,  que  tome  en cuenta nuestros propósitos, que escudriñe nuestras acciones y lo anote todo en nuestro historial.  El  paso  que  entonces  damos,  es  tan  irregresible  como  el  del  niño  que  nace. Nunca  jamás  podemos  restituirnos  al  estado  de  Avidyâ  e  irresponsabilidad.  Aunque huyamos  a  las  más  apartadas  regiones  de  la  Tierra,  y  nos  ocultemos  a  la  vista  de  las gentes, o busquemos olvido entre el tumulto de los agitados remolinos mundanos, allí nos  encontrará  esa  Luz  para  delatar  nuestros  pensamientos,  palabras  y  obras.  Todo cuanto  H.P.B.  puede  hacer  es  enviaros  a  todos  cuantos  esto  leáis,  su  más  sincera  y fraternal  simpatía  envuelta  en  el  deseo  de  que  lleguen  a  bien  vuestros  esfuerzos.  No desmayéis  empero,  sino,  por  el  contrario,  perseverad  en  el  intento;  pues  nada importan veinte caídas, si les siguen denodados empeños en escalar las alturas. ¿No se llega  así  a  la  cumbre  de  las  montañas?  Y  tener  también  presente  que  si  karma  anota inflexiblemente en la cuenta de un esoterista, culpas que deja pasar por alto en la de un ignorante, también es cierto que cada buena acción del esoterista es centuplicada mente más intensa, y poderosa para el bien, por razón de su asociación con el yo Superior. Por último, no olvidéis que aunque no veáis al Maestro en vuestra alcoba, ni oigáis niel  más  leve  rumor  en  el  tranquilo  silencio  de  la  noche,  allí  está  la  Santa  Potestad,  la Santa  Luz  que  resplandece  en  la  hora  de  vuestras  espirituales  necesidades  y aspiraciones;  y  no  será  culpa  de  los  maestros,  ni  de  su  humilde  sierva  y  pregonera,  si alguno  de  vosotros,  por  perversidad  o  flaqueza  moral,  se  aparta  de  las  potencias superiores y se deja arrastrar por la pendiente que conduce al Avîtchi.*


H.P. Blavatsky

Doctrina Secreta


** Myalba: Estado de Avichi en la Tierra. La vida terrestre es el único infierno que existe para los seres humanos de este planeta .  

Avichi: no es un lugar, sino el estado diametralmente opuesto al Devachan. Tal estado puede sufrirlo el alma, ya en el Kama Loka como despojo semiconsciente, ya en un cuerpo humano, cuando renace para sufrir el Avichi.  Nuestras doctrinas no admiten otro infierno.


1) exotérica es la enseñanza externa, velada, adaptada, la cáscara material
2) esotérica es la enseñanza de lo esencial, la verdad espiritual

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