LOS SIETE PUNTOS CARDINALES


Los siete puntos cardinales (Paul Carús — El Evangelio de Buddha) 


Mientras el Bhagavat (o el Señor Buddhá) moraba en el bosque de bambúes inmediato a Radjagriha, halló una vez en su camino a Srigala, un buen padre de familia que, con las manos juntas se volvía reverentemente hacia el Norte, hacia el Sur, hacia el Este, hacia el Oeste, hacia el Cenit y hacia el Nadir. El Bienaventurado Bhagavat, conociendo que se trataba de una superstición religiosa tradicional a fin de alejar el mal, preguntó a Srigala: “Dime, buen hombre, ¿por qué practicas esa extraña ceremonia?” 

2.— Y Srigala respondió: “¿Es que encuentras extraño el que proteja mi hogar contra las influencias de los espíritus malignos? Yo sé bien que vas a decirme que ‘os encantamientos no tienen ninguna utilidad ni poseen ningún poder salvador, pero has de saber que, ejecutando este rito, honro, respeto y venero las palabras de mi padre y las que a este último dijo el padre de mi padre, de generación en generación”. 

 3.— Entonces el bendito Tattagata, le replicó: “Bienaventurado tú ¡oh Srigala! que así honras y santificas la veneran-da memoria de tus mayores, para proteger tu hogar, tu mujer, tus hijos y los hijos de tus hijos contra los malévolos asaltos de los demonios, pero al propio tiempo advierto que no conoces el verdadero significado de la ceremonia que practicas por tradición. El que así te habla en estos momentos como un verdadero padre espiritual que no os ama menos que vuestros padres físicos, te va a enseñar el alcance y significado de la dicha ceremonia”. 

4.— “Has de saber, pues, continuó el bendito Bhagavat, que no te basta para proteger tu casa la práctica de ceremonias más o menos misteriosas e incomprendidas sino que antes bien debes protegerlas contra los malignos por medio de buenas acciones.” 

5.— “Al dirigirte, reverente, hacia el Este, deberás pensar amorosamente en tus padres y demás ascendientes, a quienes debes el ser, y a quienes no pagarías llevándolos cien años sobre tus hombros, y al dirigirte luego al Oeste, pensarás no menos amorosamente en tus descendientes todos, que de ti derivan su vida. Cuando te orientes hacia el Norte, evocarás amante a tus Maestros los que te formaron el ser intelectual y moral, que vale más que la vida física y cuyas divinas enseñanzas y ejemplos deben dirigir siempre tus pasos en la Tierra camino de una morada mejor que es la morada suya, mientras que, al orientarse hacia el Sur te preocuparás a tu vez de todas aquellas mentes inferiores a la tuya y de las cuales forzosamente eres el Maestro. Cuando alces tu vista al Cenit, recordarás el cumplimiento de todos tus deberes religiosos y sociales, en demanda del excelso ideal humano, y cuando al Nadir, pensarás en tus muchas y grandes culpas, que te ligan kármicamente con todo tu pasado muerto!... 

6.— “Y luego que así te hayas dirigido al Norte, y al Sur; al Este y al Oeste, al Cenit y al Nadir, concentrarás toda tu atención sublime en el Loto de tu Corazón, y allí encontrarás a la Divinidad. Tal es y ha sido siempre la Religión Eterna que tu padre te quiso hacer recordar con la ceremonia que, sin saberlo, practicabas.” 

7.— Entonces, asombrado Srigala, miró con ojos de pasmo al Bhagavat, cual habría mirado a su propio padre si resucitase, y le dijo: “¡Me has revelado hoy, amante, la Verdad Oculta, como quien pone rutilante lámpara en medio de las tinieblas. ¡Tú eres, pues, el Maestro, tú eres el Tattagata; tú eres el Buddha excelso a cuyo señor me acojo para mejor buscar la Verdad que ilumina, el Sendero de los Hermanos que así han logrado la Salvación!” - 
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COMENTARIO —¿Qué singularísima moda de enseñar es ésta —se habrá preguntado lleno de asombro el lector—, que en medio de la más dulce y redentora poesía, nos da simbólicamente, es decir en trascendente síntesis, enseñanzas de Moral, de Ciencia y de Arte, como quien no quiere la cosa, y ampliando además nuestros horizontes mentales, tan reducidos por nuestro cretinismo egoísta? ¿Qué clase de maestros son estos Maestros de Oriente que saben aunar de un modo tan artístico y tan decisivo el sentimiento con el pensamiento, haciéndoles merecedores del nombre de “Mahátmas”, o “Grandes Almas” con que allí son conocidos? Porque no se diga, en efecto, que la tal enseñanza de los puntos cardinales es de mera Geografía. Es, también de Historia, puesto que, con razón o sin ella, se atribuye al último Buddha; es de Geometría; puesto que diseña límpidamente que es el punto del observador mismo: “el loto de su corazón” como tan gráficamente dice, pero es asimismo la enseñanza de la “setena” o sagrada y Sintético “Siete”, es decir de una como que es muy seguida por la Naturaleza merced a la suprema regularidad de sus aplicaciones geométricas. Y al ser la sublime parábola todo esto, es también una enseñanza de los ejes de cristalizacion en los sistemas minerales; un recuerdo del famoso “prisma” o exágono típico del benceno, base de todos los derivados orgánicos ciclos que comienzan con la sencillez de dicho hidrocarburo para acabar en esas inmensas arborizaciones moleculares de las albúminas, lecitinas, protagones y demás organizaciones complejísimas de nuestros cuerpos. También es ella un símbolo de nuestra dinámica entera, dado que siempre que actuemos, la sublime abstracción del símbolo se hará patente y real una vez más en nuestra marcha, con “nuestras piernas” que siempre mirarán hacia el Nadir porque sus plantas están fatalmente ligadas a la gravedad que no es sino “el amor de la Madre Tierra” y la tara de nuestra “karma” o pasadas culpas; con “nuestra cabeza” que, si ha de hacer honor a su nobleza augusta ha de estar alta siempre en dirección al Cenit, donde se halla el ideal celeste que la inspira; con “nuestros brazos, derecho e izquierdo”, que completan la cruz fatídica al par que redentora de la crucifixión inflingida a nuestra alma en nuestro cuerpo y con la línea, en fin, demarcada por nuestra rectitud, entre “la obra ya ejecutada”, que se queda atrás hacia la espalda y “la obra por ejecutar”, que hacia adelante nos obliga a caminar heroicos, y digo heroicos porque sabemos siempre que allá lejos, más o menos lejos pero indefectibles, nos aguardan esos tres monstruos de la 36 enfermedad, la vejez y la muerte que, como veremos luego, son los que decidieron con su perfidia la divina vocación redentora de Sidharta Sakya Muni... Hasta la oscura ciencia de la Astrología diríase que está íntimamente relacionada con la sin igual parábola, por cuanto es un hecho que la evolución misma de nuestra mente— y no hablemos, para no cansar, de la evolución en toda la naturaleza— no es sino la sucesiva identificación mental de las siete sublimes direcciones, puesto que desde el nacimiento hasta la muerte, la mente no hace sino mirar ora en una de estas direcciones, ora en otra, dado que el niño, partiendo de la inconciencia originaria o punto central, determina primero “la dirección” de su madre, de su padre y de los demás ascendientes, pero tiene corrido un velo en la dirección contraria de los futuros descendientes, o sea del sexo y sus secretos. Al alborar su razón, va determinando más y más la dirección de sus maestros y sólo ya cuando su razón madura empieza a descorrerse el velo que oculta a los futuros discípulos. En la llamada “edad de los cristos”, o gran crisis ideológica, moral, física o “integral” para hablar mejor, que decide de un modo inapelable el porvenir del joven hecho hombre determínanse, en fin, las dos restantes direcciones, y el hombre sube al pináculo de su ideal, de su cénit, o rotas las alas de su ilusión como las céreas a las de Icaro, cae al “nadir” del escepticismo, cuando no de la locura o del crimen... Ved, pues, lectores —y conste que la cosa no acaba, sino que se deja aquí como inagotable —cuán infinitas son las humanas aplicaciones de la parábola maravillosa. No olvidemos, por tanto, las “seis escuadras de rectitud” que semejantes direcciones nos marcan y, al par que tratemos de eliminar de nuestra conducta “las oblicuas” que las contradicen, pongamos de hoy er adelante en nuestros pobres textos de Geografía esotros tres puntos cardinales del “observador, el Cenit y el Nadir”, dado que si cardinal viene del latino “cardo”, base, quicio o fundamento, tan fundamentales como los otros cuatro son estos tres últimos, sobre todo el del observador, sin el cual no hay “direcciones” posibles.


fragmento POR EL REINO ENCANTADO DE MAYA
MARIO ROSO DE LUNA 








fotografía de D.V.

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