Sobre la inmortalidad del Alma


Esta doctrina de la Mente Universal, difundida en todas las cosas, constituye la base de todas las antiguas filosofías. 

Reconoce Platón que al aparecer el hombre en este mundo de la materia, es juguete del elemento de Necesidad -que es Karma bajo otro nombre- . El hombre está influido por causas externas y esas causas son daimonia, como el de Sócrates. Feliz es el hombre físicamente puro, porque si su alma externa (el cuerpo astral, la imagen del cuerpo) es pura, vigorizará a la segunda alma (el Manas inferior), o la que aquél denomina el alma mortal superior, que aunque expuesta a errar por sus propios motivos, siempre estará de parte de la razón contra las propensiones animales del cuerpo. En otras palabras, el rayo de nuestro Ego Superior -el Manas inferior- posee la luz de aquel -la razón o los poderes racionales del Nous- para ayudarse en la lucha contra los deseos kármicos. Los apetitos carnales del hombre nacen a consecuencia de su cuerpo material perecedero: así sucede con otras enfermedades -dice Platón- mas, aunque considera los crímenes como involuntarios algunas veces, por ser resultado, como las enfermedades corporales, de causas externas, establece claramente una diferencia muy marcada entre esas causas, El fatalismo kármico que concede a la Humanidad no excluye la posibilidad de evitar aquéllos; pues aun cuando el sufrimiento, el terror, la cólera y otros sentimientos tocan en suerte a los hombres, efecto de la necesidad... si los dominasen, vivirían rectamente, y si fuesen por ellos dominados, vivirían malamente.

El hombre dual  -es decir, aquel que el Espíritu divino inmortal ha abandonado, dejando tan sólo la forma animal y la sideral, el alma mortal superior de Platón- queda entregado únicamente a sus instintos, porque ha sido dominado por todos los males arraigados en la materia; por lo tanto, se convierte en dócil instrumento en mano de los invisibles seres de materia sublimada, que vagan por nuestra atmósfera y que están siempre dispuestos a inspirar a los que se hallan completamente privados de su consejero inmortal, el Espíritu divino que Platón llama genio. Según este gran Filósofo e Iniciado: "El que vivió bien el tiempo señalado, volverá a la morada de su estrella y tendrá allí una existencia feliz..."

Estas son las enseñanzas de la Doctrina Secreta, de la Filosofía Oculta. Enseñábase antiguamente la posibilidad de que el hombre perdiese su Ego Superior, efecto de su depravación, y esto mismo se sigue enseñando todavía en los centros del Ocultismo oriental. 

No hubo filósofo alguno notable que no aceptase esta doctrina de la metempsicosis, según la enseñaban los brahmanes, los budistas y más tarde los pitagóricos en su sentido esotérico, expresándose de un modo más o menos inteligible. Orígenes y Clemente de Alejandría, Sinesio y Calcidio, creyeron en ella; y los gnósticos, a quienes la historia no vacila en considerar como hombres en extremo refinados, sabios y de grandes luces, creían también en la metempsicosis. Sócrates participaba de opiniones idénticas a las de Pitágoras, y como castigo de su filosofía divina, sufrió una muerte violenta. Las turbas han sido lo mismo en todas las épocas. Aquellos sabios enseñaban que los hombres tienen dos almas de naturaleza completamente distinta. una de ellas, perecedera, el alma astral o el cuerpo interno, fluídico, que no debe confundirse con el cuerpo astral o doble; la otra, incorruptible e inmortal -el Augoeides, o parte del Espíritu divino- Atma-Budhi; y que el alma mortal o astral perece a cada cambio gradual, al ingreso en cada nueva esfera, purificándose más y más en cada transmigración. El hombre astral intangible e invisible para nuestros sentidos mortales terrestres está, sin embargo, constituido de materia, si bien ésta es sublimada.


Las dos almas son el doble Manas: el alma astral inferior, personal, y el Ego Superior. La primera es el rayo de la última que cae dentro de la materia, es decir que anima al hombre y hace de él un ser pensante, racional en este plano, y que después de haber asimilado los elementos más espirituales de éste con la esencia divina del Ego que se reencarna, perece en su forma personal y material, como Kama-Rupa, en cada cambio gradual, al entrar de nuevo en Devachan para proceder luego a una nueva reencarnación. Perece, porque se desvanece del todo con el tiempo -salvo su imagen impalpable y pasajera en las ondas astrales- fundida por ley potente que siempre cambia, pero que jamás muere; mientras que el Alma Espiritual incorruptible e inmortal que llamamos Budhi-Manas y el Yo individual, se purifica en cada nueva encarnación. Todo lo que puede salvar del alma personal lo lleva al Devachán para darle el galardón de siglos de paz y bienaventuranza.

No concede la Doctrina Secreta la inmortalidad a todos los hombres por igual. Declara con Porfirio que sólo: "por medio de la pureza y castidad más grandes nos acercaremos a nuestro Dios y obtendremos, por su contemplación, el Verdadero Conocimiento y la Intuición"

Si el alma humana ha dejado, durante el transcurso de su vida, de recibir la luz de su Espíritu Divino, nuestro Dios personal, entonces es difícil que el hombre grosero y sensual sobreviva por largo espacio a su muerte física. Así como no puede vivir mucho tiempo después de su nacimiento físico el monstruo, tampoco puede el alma existir después de su nacimiento en el mundo espiritual cuando se ha hecho demasiado material. Tan débil es la viabilidad de la forma astral que no puede haber cohesión firme entre sus partículas, una vez que ha abandonado la envoltura consistente del cuerpo externo. Obedeciendo gradualmente sus partículas a la atracción desorganizada del espacio universal, se esparcen al fin, siendo imposible una nueva agregación de las mismas. Cuando una catástrofe semejante ocurre, el individuo personal deja de existir; su glorioso Augoeides, el Yo inmortal, se ha separado de aquél para penetrar en el Devachan, donde no puede seguirle el Kama-Rupa. Durante el período intermediario entre la muerte corporal y la desintegración de la forma astral, esta última, ligada por atracción magnética a su repugnante cadáver, vaga en su proximidad, y absorbe la vitalidad a víctimas suceptibles.

Habiendo rechazado el hombre de sí todo lazo de luz divina, queda sumido en las tinieblas y, por tanto, se pega a la tierra y a lo terrenal.

Ningún alma astral, ni aun la de un hombre puro, bueno y virtuoso, es inmortal en el sentido más estricto; "fue formada de los elementos, y a los elementos ha de volver". Sólo que, mientras se desvanece el alma del depravado, y es absorbida sin remedio - esto es, que el muerto nada deja impreso de sí mismo en el Ego-Espíritu-, la de cualquier otra persona, aun moderadamente pura, cambia simplemente sus partículas etéreas por otras todavía más etéreas. Mientras quede en él una chispa de lo divino, el Ego personal no puede morir enteramente, puesto que sus pensamientos y sus aspiraciones más espirituales, sus "buenas acciones", la eflorescencia de su yo, se han fundido con su Padre Inmortal. Proclo dice:  "Después de la muerte, el Alma (el Espíritu) sigue vagando en el cuerpo aéreo (forma astral) hasta quedar enteramente purificado de todas las pasiones iracundas y voluptuosas... entonces abandona por medio de una segunda muerte al cuerpo áereo como lo hizo respecto al terrestre. Por lo cual, dicen los antiguos que existe un cuerpo celeste siempre unido al alma, que es inmortal, luminoso y semejante a una estrella"

No pudiendo considerarse este Venir a Ser como existente sino sólo como Algo que tiende sin cesar, en su progreso cíclico, hacia la Existencia Una Absoluta, a existir en lo Bueno y unido a lo Absoluto.

Del hombre depende el abrir o cerrar sus percepciones a la Voz divina.




fragmentos de: Helena P. Blavatsky

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